“Ganamos perdiendo” justificaron – autoindulgentes – los derrotados en las elecciones legislativas del pasado 14 de noviembre. Ingeniosos para el ‘relato’, ineptos para la gestión. Acudir a subterfugios o a alquimias retóricas para mitigar una situación incómoda o literalmente negativa no es reprochable. Todos solemos hacerlo, sea para relativizar un resultado o para replantear un asunto a priori gravoso. Ser argumentativo no es impugnable en sí mismo. Empero, median algunos elementos que ameritan, en el caso puntual de los comicios últimos, algunos comentarios.
Los vencidos por ocho puntos no han reconocido y menos felicitado a los triunfadores, pero paradojalmente los han llamado a dialogar. Se avizora que una conversación que empieza mal habrá de terminar – si es que comienza – igual o peor. Lamentable para la transición y sin dudas pernicioso para nuestro país porque pocas veces se dan las condiciones para acordar sobre siete u ocho ejes estratégicos – política exterior, justicia, educación, libertad económica y desarrollo, descentralización y reforma del Estado (decisivos para reducir el déficit, la emisión, los impuestos y la inflación), seguridad, grandes obras de infraestructura y transformación gradual de las asistencia social en trabajo. Un gobierno débil y una alternativa con aptitud de gobernabilidad, dotada de conducta republicana, que no salió con “el helicóptero” ni con los tapones de punta, sino con suma responsabilidad a celebrar con inédita austeridad – diríamos frugalidad – su victoria.
Más grave aún que no saludar a los vencedores fue salir a festejar un logro inexistente. Esa desopilante actitud dio un pésimo mensaje a la ciudadanía: el gobierno vive disociado de la realidad, en otra dimensión. En ese contexto, difícilmente trace un camino coherente y, menos, asociado con las acuciantes necesidades de la población. Se sabe que los reclamos no podrán satisfacerse de la noche a la mañana, pero la ciudadanía lo que exige es una certidumbre de que existe un rumbo y que la hoja de ruta tiene identificados con precisión los objetivos.
Quizás a los que fracasaron el 14 de noviembre los aliente que con un descomunal y vergonzoso “plan platita” compraron voluntades hasta achicar la diferencia en la provincia de Buenos Aires, del 4 en las PASO al 1,3% en las generales. Empero, quienes gobiernan – otra vez disociados de la realidad ignoran dos o tres factores: la Argentina que paga impuestos, que trabaja, que emprende, que produce, que estudia, que investiga, que innova, que exporta, que quiere la ley y la respeta, que se ensueña con la vigencia palpable de un sistema institucional y republicano, esa Argentina vota abrumadoramente a favor de las reformas y en contra del populismo, la corrupción y las ideas – si es que puede llamárselas como tales – enmohecidas, arcaicas.
La Argentina con iniciativa, con libertad, con aptitud para emprender, la que aún no está sometida al Estado, sufraga a favor de las transformaciones y, en contraste, la Argentina empobrecida, la subyugada por las penurias, esa vota por el populismo. La que todavía puede educarse y piensa vota futuro. La hundida en la ignorancia por una ‘educación pública’ deteriorada, aunque hipócritamente narrada y exaltada por sus voceros, los mismos que la desplomaron, continúa anclada en promesas de justicia y soberanía frustradas.
Pareciera que el claroscuro de que el oficialismo arrasó electoralmente en las cárceles, pero fue devastado con el voto de los argentinos en el exterior, patentiza esta entristecedora realidad de un país con cien fundamentos propicios se halle a la deriva y en la maléfica ruta del empobrecimiento general. Se ganó una gran batalla cívica el 14 de noviembre, pero el triunfo aún no llegó. Vencer será visible cuando el país se encamine hacia ineludibles cambios. Un requisito indispensable es no anticipar disputas internas y básicamente preservar la unidad y a partir de ella, ampliar la coalición. Tanto un objetivo – la unidad – como el otro – el despliegue – se conseguirán si las claves del cambio son comprensible y confiablemente expuestas a la ciudadanía. El voto en 2023 deberá otorgar un doble mandato: el de representación política y el de ejecutar un programa de cambios que impliquen una bisagra histórica. El país entero deberá vislumbrar que el penoso ciclo decadente terminó y paralelamente – siempre lo que termina da lugar a lo que nace – alumbra una etapa de resurgimiento.
Del “ganamos perdiendo” del oficialismo debemos pasar a “ganamos ganando” de la oposición, es decir una Argentina con derrotero, hacia la demorada modernidad.
Por Diputado nacional (Juntos por el Cambio).
Fuente El Desafio Semanario