Excelente reflexión del Mariano Pinedo del “Peronismo por la Vida” acerca del Aborto


No podemos creer ni aceptar que la bandera de la lucha contra la injusticia social sean soluciones que importen el descarte o la explotación de la persona

El debate que el Congreso de la Nación está atravesando en estas horas en torno a una ley de legalización del aborto coloca a todos los dirigentes políticos y sociales en situación de asumir su condición con la mayor de las responsabilidades. Si bien desde alguna postura argumentativa se habla del aborto como una decisión circunscrita a lo personal y reservada al campo de los derechos individuales, resulta evidente que la sensibilidad que despierta la temática en toda la sociedad y la pasión que se ha puesto en cada uno de los argumentos nos indican que estamos frente a una decisión profundamente política; es decir, no individual, sino esencialmente comunitaria y que sin dudas nos configuraría como sociedad de una u otra manera.

Me siento apenado por el tono con que se debate esta cuestión

Debo decir, en primer lugar, que me siento apenado por el tono con el que se debate esta delicada cuestión. Salvo algunas excepciones, que debemos resaltar, reconocer e imitar, el debate se ha llenado de chicanas, golpes bajos, señalamientos con el dedo acusador y fundamentalismos. De un lado y del otro.

Tratándose un una ley que impacta tan concretamente en la realidad más sensible de la vida de las personas y de las familias, que aborda una situación tan dolorosa para las mujeres y, en menor medida, también para los hombres de nuestra nación, entiendo que debimos haber extremado los cuidados y medido las circunstancias para garantizar mayor unidad de nuestro pueblo o, al menos, para no profundizar su fragmentación y poder así resolver nuestro futuro sin imposiciones ni condicionamientos.

Lamentablemente, presos de estas nuevas tecnologías surgidas de la no-cultura, que endiosan el número, el guarismo o la estadística, elegimos el camino cómodo de definir una realidad delicada, que cala profundamente en los sentimientos y en los corazones, echando mano de la tramposa metodología de la manipulación de estadísticas (no para ver la realidad sino para acomodarla a los intereses que más convienen) o tirando la pelota a la tribuna y dejando que decidan las encuestas. En ese sentido, los argumentos y opiniones no estuvieron orientados a solucionar el drama social que implica el aborto, sino en ganar «adeptos» o escrachar «oponentes». Por eso nos pusimos fríos y por eso nos ponemos violentos.

La persona humana, sin embargo, está hecha para ver la realidad con los ojos del corazón, que llaman a un esfuerzo por comprender la creación (el mundo, la naturaleza y las personas) como una unidad. Una unidad con sentido. No existe en esa mirada la tentación racionalista de fragmentar, disecar, dividir y después intentar acomodar todo lo que nos sirve de un lado, descartando lo que nos incomoda en el otro. Esa fantasía del hombre que se cree dominador de todo sólo se puede cumplir en el mundo de los números y su máximo exponente, el dinero.

Cuando en cambio hacemos el esfuerzo contracultural de ver la realidad con el corazón, lo que preside las decisiones es el amor. El amor que todo lo puede. El amor que no se resigna. El amor que está enloquecido por abrazar todos los dramas y dolores para trocarlos en vida y fecundidad. Nunca el amor, aun en las peores circunstancias, sacrifica la potencia inconmensurable de una vida. Y eso es porque el amor no tiene tiempo, no ve la vida como una foto. No la calcula en días ni semanas ni meses. La concibe como un precioso instante de eternidad, que tiene detrás otras vidas, otras historias y que tiene por delante una inmensidad cuyo efecto en otras personas, en el mundo todo, es de una dimensión que nadie puede conocer ni animarse a limitar sin alterar el devenir al que esa vida estaba llamada. Nadie sabe hasta dónde puede alcanzar el misterio de una vida, ni el fruto que puede dar, ni el don que puede aportar. Esa es la mirada del amor: integradora de diferencias, gratuita y, por tanto, jamás alcanzada por cálculo alguno de conveniencias.

Es por eso que, hace escasos días, como iniciativa instintiva, casi azarosa, pero explicada desde principios muy arraigados en nuestra doctrina peronista, desde la pasión por la construcción de comunidad y el amor a un pueblo que está siempre dispuesto a protagonizar la historia desde la cultura del encuentro, un grupo de compañeros de distintas y variadas vertientes del peronismo decidimos no resignarnos a que todo siga transcurriendo sin nuestro aporte y sin nuestra humilde mirada de justicialistas. Logramos consolidar, no sin esfuerzo, no sin encontronazos, no sin la humildad de resignar nuestras particularidades en función de encontrar puntos en común, un documento que aporta una mirada justicialista sobre la cuestión. Sin identidades sectoriales, sin aprovechamientos ni pretensiones de participar de ninguna de las disputas internas de nuestro movimiento, fuimos humildemente a ofrecer el documento a la adhesión de cualquiera que, sintiéndose peronista, coincida con el documento. Peronistas por la Vida es sólo eso. Una iniciativa, un documento, un aporte más. Una mirada peronista sobre una realidad que afecta a nuestro pueblo. No la esquivamos. Sabíamos que íbamos a marcar una diferencia con muchos otros compañeros a los que algunos queremos y respetamos mucho. Pero lo que primó fue la honestidad de nuestro sentimiento. Sí, nuestro sentimiento como peronistas.

Estamos convencidos de que nuestra doctrina nace, vive y se proyecta en el corazón de la cultura nacional. Sabemos y así lo hemos expresado, con las limitaciones, errores, defectos o excesos propios de nuestra naturaleza, que el peronismo no debe ni puede dejar de soñar en una sociedad en la cual todos y cada uno puedan desarrollar su potencialidad, construyendo su destino e impulsando el crecimiento de orgánicas populares que garanticen la justicia social. Creemos en la persona, creemos en la familia, creemos en que el pueblo busca organizarse para ser, para existir. Defendemos la lucha de las mujeres que sostienen viva esa cultura y esa orgánica que se vive en los barrios, en los clubes y en los hogares argentinos. Mujeres que transmiten su voz (que a veces tiene que ser grito) en la política, en los sindicatos, en el mundo del trabajo. Todo esa vida en comunidad, en medio de enormes dificultades por las que hoy deben atravesar sobre todo los sectores más postergados, sólo puede ser defendida con más vida y con más comunidad.

Tenemos la enorme tarea de reconstruir una democracia que proteja la vida y la dignidad de las niñas, adolescentes y mujeres; que ponga al Estado al servicio de los más desprotegidos —entre los que primordialmente ubicamos a los niños por nacer—; un Estado que luche contra la violencia familiar y de género y sea verdadero desarticulador de las estructuras de injusticia social. Eso es lo verdaderamente urgente. Es ahora. Pero también sabemos que nuestro pueblo tuvo que dar esa lucha en el pasado, buscando siempre su camino de liberación frente a los distintos y variados modos de colonialismo cultural. Seguramente también tendremos que seguir dando esas luchas en el futuro. Pero para eso necesitamos de todos y todas las argentinas. No podemos creer ni aceptar que la bandera de esa lucha contra la injusticia social sean soluciones que importen el descarte o la explotación de la persona.

El autor es diputado provincial bonaerense por Unidad Ciudadana.

Fuente Infobae por Mariano Pinedo