El 1 de julio de 1974, la Argentina quedó sumida en un profundo duelo con la muerte del presidente Juan Domingo Perón. La noticia, aunque esperada por el deterioro evidente de su salud, sacudió al país y marcó el comienzo de una etapa turbulenta que desembocaría en la dictadura militar de 1976.

Las primeras horas del día estuvieron cargadas de tensión. Perón había sufrido un paro cardíaco a las 10:25, del que pudo ser reanimado momentáneamente. Sin embargo, a las 13:15, un nuevo paro fue definitivo. El parte médico fue firmado por los doctores Jorge Taiana, Pedro Cossio y Pedro Eladio Vázquez, quienes detallaron una larga lista de afecciones que aquejaban al mandatario: enfermedades cardíacas, renales y una infección respiratoria aguda.

En ese contexto, la vicepresidenta María Estela Martínez de Perón —ya a cargo del Ejecutivo en los días previos— asumió oficialmente la Presidencia en un clima de alta conflictividad. La violencia política ya venía escalando, con el alejamiento de Montoneros del Gobierno y la ruptura definitiva del vínculo entre Perón y sectores de la militancia juvenil. Aún así, el líder había dado su último discurso apenas semanas antes, el 12 de junio de 1974, pronunciando una frase que quedaría en la memoria colectiva: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música, que es para mí la palabra del pueblo argentino”.

El fallecimiento provocó una reacción inmediata en todo el país. Las organizaciones gremiales decretaron un cese total de actividades. La tristeza fue generalizada. En las calles, el pueblo se volcó a despedir a quien había marcado la vida política del país durante más de tres décadas.

Tras un primer velatorio en la Quinta de Olivos, el cuerpo fue trasladado a la Catedral Metropolitana para una ceremonia religiosa y luego al Congreso Nacional, donde recibió el homenaje popular. Más de 135.000 personas desfilaron frente al féretro. Bajo la lluvia, hombres, mujeres y niños aguardaban durante horas para despedirse. Fue un evento de dimensiones inéditas, comparable solo con otros grandes duelos nacionales.

Ricardo Balbín, uno de sus más célebres adversarios políticos, expresó una frase que sintetizó el sentimiento de unidad en ese momento de luto: “Este viejo adversario despide a un amigo”. Las palabras de despedida también estuvieron a cargo del joven gobernador riojano Carlos Menem, quien lo hizo en representación de las provincias.

La noticia recorrió el mundo. Líderes internacionales enviaron sus condolencias. Fidel Castro recordó con afecto el papel de Perón como defensor de la soberanía latinoamericana. Richard Nixon, presidente de Estados Unidos, destacó su decisión de regresar al país para conducirlo nuevamente en tiempos difíciles.

Después vendrían los días de mayor oscuridad. La violencia continuó su escalada, y el gobierno de Isabel Perón no logró contenerla. La inestabilidad política, sumada a la crisis económica, preparó el terreno para el quiebre institucional que llegaría en marzo de 1976.

En junio de 1987, el cuerpo de Perón fue profanado, al igual que lo había sido el de Eva Perón en décadas anteriores, revelando el odio latente que aún persistía.

Hoy, a 51 años de su muerte, el recuerdo de Perón sigue presente en la vida política argentina. Su figura sigue generando adhesión y controversias, pero nadie duda de su papel protagónico en la construcción de la historia nacional.