Por Luis Gotte – La Trinchera Bonaerense

Cada 19 de junio, el sur de nuestra América revive el eco de un nacimiento que marcó para siempre la identidad de los pueblos rioplatenses. José Gervasio Artigas no fue solo un caudillo rioplatense: fue la voz federal que puso en jaque al centralismo porteñista, al absolutismo monárquico y a los intereses coloniales disfrazados de república.

Artigas fue el primero en decir -con coraje criollo- que el poder debía emanar del pueblo y no de las elites ilustradas que se atrincheraban en Buenos Ayres. Desde la Liga de los Pueblos Libres, soñó con una federación que respetara la autonomía de cada provincia, sin tutelajes ni jerarquías impuestas. Su proyecto era profundamente democrático y comunitario, asentado en el principio de la representación con mandato imperativo y en una economía basada en la distribución de la tierra y la justicia social. Fue el precursor de un federalismo encarnado, profundamente humano, sin intermediarios ni fórmulas abstractas.

Mientras algunos redactaban constituciones en despachos ajenos al clamor del interior, Artigas impulsaba los reglamentos rurales, las juntas de vecinos y el reparto de tierras para los más postergados: «los negros, los zambos, los indios y los criollos pobres». Su visión trascendía fronteras: era un proyecto de Patria Grande, mestiza, trabajadora, arraigada a la tierra y con alma de justicia.

Lo traicionaron los suyos, lo combatieron los otros, lo exiliaron los poderosos. Pero no pudieron borrar su nombre de la memoria popular. En Paraguay, donde murió en el silencio que suele envolver a los grandes hombres, dejó intacta la dignidad de un líder que no negoció sus principios.

Hoy, en tiempos donde resurgen los centralismos y los proyectos tecnocráticos ajenos a la vida real de los pueblos, la figura de Artigas vuelve a pararse firme como estandarte de una política con rostro humano, con voz de pueblo y con olor a tierra trabajada. Su legado es camino para quienes creemos que el federalismo no es una forma de administración, sino una forma de justicia.

Porque mientras haya una provincia postergada, un campesino sin tierra o un municipio sin voz, Artigas vivirá. No como un prócer de mármol, sino como el grito indómito de la tierra profunda.