Por Miguel Saredi
En los últimos tiempos, el debate sobre la inseguridad se ha centrado casi exclusivamente en los hechos delictivos más violentos y visibles: robos a mano armada, homicidios, enfrentamientos entre bandas. Sin embargo, hay otra cara, menos estridente y más difusa, que también configura la crisis de seguridad que atravesamos: la inseguridad silenciosa. Esa que no ocupa la tapa de los diarios, pero que define la vida cotidiana de millones de personas.
Es una inseguridad que se filtra en las rutinas, que condiciona horarios, que reconfigura los espacios del barrio y redefine lo que entendemos por «libertad». Es el miedo que no se grita, que no genera titulares, pero que se siente en cada mujer que acelera el paso al volver del trabajo, en cada comerciante que se ve obligado a cerrar antes por temor, en cada pibe que ya no juega en la vereda.
Existe una dimensión emocional y psicológica de la inseguridad que no está siendo abordada con la profundidad que requiere. Desde esa perspectiva, propongo una mirada distinta, porque cuando el miedo se vuelve cotidiano, se transforma en una forma de vida. Cuando dejamos de habitar el espacio público por temor, cuando normalizamos no salir de noche o dejar de visitar a familiares, estamos cediendo terreno, perdiendo derechos y entregando parte de nuestra ciudadanía.
Está claro que esta inseguridad no se resuelve solo con anuncios rimbombantes ni con líderes que proyectan una imagen fuerte en campaña, pero que luego confirman el fracaso de la política ante esta situación. Se necesita reconstruir el vínculo social, fortalecer el tejido de confianza entre vecinos y entre la comunidad y el Estado. En este punto, los gobiernos locales tienen un rol insustituible: nadie mejor que los municipios para detectar los cambios sutiles en la vida cotidiana, para saber cuándo una plaza deja de usarse, cuándo una cuadra se vuelve evitada o cuándo un rumor se convierte en certeza de peligro.
Por eso insisto en que los municipios no deben ser meros espectadores, sino protagonistas en la gestión de la seguridad. Pero también insisto en que la solución no es solo policial. Es necesario intervenir en el espacio público, recuperar esquinas, fomentar la vida comunitaria y escuchar a quienes viven el miedo todos los días sin que una estadística lo registre.
Para lograrlo, propongo avanzar en una serie de reformas urgentes:
Transferencia de las fuerzas de seguridad a los municipios: los gobiernos locales deben tener el control real sobre sus fuerzas de seguridad. Esto no solo garantiza una mayor proximidad con el vecino, sino también una gestión más eficiente, adaptada a las particularidades de cada distrito.
Descentralización como herramienta de eficacia: los intendentes conocen las dinámicas de sus territorios mucho mejor que cualquier funcionario en La Plata o Buenos Aires. Delegar en ellos la planificación y ejecución de estrategias de seguridad permitiría actuar con mayor rapidez y pertinencia.
Construcción de confianza ciudadana: la seguridad no puede basarse solo en la represión. Es fundamental recuperar el espacio público, fortalecer los lazos comunitarios y promover la participación vecinal en políticas de seguridad. Esto contribuye a reducir el miedo y la sensación de abandono.
Despolitización de la seguridad y coordinación real entre niveles de gobierno: las decisiones en esta materia deben quedar fuera de la grieta. La seguridad no puede seguir sujeta a vaivenes partidarios ni a gestiones superpuestas sin continuidad. Dotar a los municipios de autonomía real también implica blindar la seguridad de los vecinos frente a las disputas políticas.
Incorporación de tecnología y prevención inteligente: los municipios deben contar con herramientas tecnológicas para anticipar hechos delictivos, analizar datos y coordinar respuestas rápidas. No se trata solo de cámaras, sino de utilizar la información como una herramienta de política pública.
La inseguridad invisible también duele. Debemos animarnos a mirar más allá del delito estruendoso y comprender que la verdadera victoria sobre la inseguridad ocurre cuando recuperamos la libertad de caminar tranquilos por nuestro barrio. Y para eso, es necesario cambiar el modelo de raíz.
(*) Abogado, especialista en seguridad.