Por Luis Gotte – La Trinchera Bonaerense

El temporal que azotó Bahía Blanca y su región no solo dejó calles anegadas y hogares destruidos, sino que también sacó a la luz la profunda humanidad que late en el corazón del pueblo argentino. Frente a la tragedia, con muertos, desaparecidos y familias que lo perdieron todo, la comunidad respondió con una solidaridad conmovedora y esperanzadora. Donaciones, voluntarios, vecinos ayudando a vecinos y una cadena de apoyo que trasciende fronteras políticas y sociales nos recuerdan que, a pesar de las divisiones, el tejido social argentino sigue vivo y fuerte.

Esta respuesta no es casualidad: es el reflejo de valores que la Doctrina Social de la Iglesia ha defendido durante siglos, desde la caridad hasta el bien común. La historia argentina está repleta de momentos en los que la sociedad civil ha tomado la iniciativa cuando las instituciones fallan. Desde la crisis del 2001 hasta las inundaciones en La Plata en 2013, hemos visto cómo la ayuda mutua y la organización popular emergen como el gran sostén de quienes más lo necesitan. Este sentido de comunidad, arraigado en nuestras raíces y nuestra espiritualidad, es un signo de esperanza en tiempos difíciles.

En su encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos llama a construir una «cultura del encuentro», donde el prójimo no sea un extraño, sino un hermano. Lo que hemos visto en Bahía Blanca es precisamente eso: una comunidad que, en medio del dolor, eligió encontrarse, abrazarse y ayudarse. Esta solidaridad no es solo un acto de generosidad, sino un testimonio de que, como pueblo, somos capaces de superar las peores adversidades cuando actuamos unidos. La Iglesia, desde la Rerum Novarum de León XIII (1891) hasta la Laudato Si’ de nuestro Papa Francisco (2015), ha insistido en que la verdadera fuerza de una nación no está en sus recursos materiales o en su poder militar, sino en su capacidad de amar y servir al otro.

Sin embargo, esta solidaridad también nos interpela como comunidad. ¿Por qué esperar a la tragedia para despertar lo mejor de nosotros? La Doctrina Social de la Iglesia nos enseña que la caridad debe ir acompañada de justicia social. Mientras celebramos la grandeza de un pueblo que se moviliza para ayudar, no podemos olvidar que muchas de estas pérdidas pudieron haberse evitado con obras de infraestructura que llevan décadas postergadas. Calles inundadas, viviendas precarias arrasadas por el agua, barrios enteros sin servicios básicos: todo esto no es solo resultado de la furia de la naturaleza, sino de la negligencia y la desidia política.

La solidaridad no debe ser solo un parche ante el desastre, sino un llamado a construir un país donde la dignidad humana sea prioridad. Es hora de que la dirigencia política tome nota de esta lección y actúe en consecuencia. La prevención debe ser una política de Estado, la planificación urbana debe contemplar las necesidades de los más vulnerables, y los recursos destinados a infraestructura no pueden seguir siendo víctimas de la corrupción o la ineficiencia. Nuestro pueblo está demostrando de qué es capaz cuando la necesidad apremia; ahora es el turno de los gobernantes de estar a la altura.

Argentina tiene el potencial de ser un faro para la América Hispana, como soñó José Vasconcelos con su idea de la Raza Cósmica. Somos un pueblo capaz de gestos heroicos, de unirnos en la adversidad y de soñar con un futuro mejor. Pero para ello, necesitamos una conducción política que refleje estos valores, que priorice el bien común sobre el interés particular y que entienda que la verdadera grandeza de una nación se mide por cómo trata a sus más vulnerables.

La solidaridad de Bahía Blanca nos muestra el camino: somos un gran pueblo, pero podemos ser una gran nación. Con una política guiada por la ética del cuidado y el servicio, Argentina no solo podrá superar sus crisis, sino también liderar un continente que clama por justicia, fraternidad y esperanza. La unidad demostrada ante la catástrofe es la misma que debemos construir día a día, con compromiso y visión de futuro, para que la solidaridad deje de ser una reacción y se convierta en la base de unidad y organización de nuestra comunidad nacional.

Y como dijo una vez el Gral. San Martín: «ahora los gringos sabrán que los criollos no somos empanadas que se comen así nomás sin ningún trabajo.» Estamos unidos, fuertes y sólidos.