Desde el HCD, su Presidenta Liliana Pintos, Autoridades del Cuerpo, Concejales y trabajadores anhelaron en esta fecha especial, consagrada a San Cayetano, los mejores deseos de Paz, Pan y Trabajo.

El Honorable Concejo Deliberante de La Matanza dio detalles de la vida de Cayetano de Thiene ( San Cayetano), que compartimos a continuación:

Su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. El niño quedó huérfano, al cuidado de su santa madre, que se esmeró intensamente por formarlo muy bien. Estudió en la Universidad de Padua, donde obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su presencia venerable y por su bondad exquisita que le ganaba muchas amistades. Se fue después a Roma, y en esa ciudad capital llegó a ser secretario privado del Papa Julio II y notario de la Santa Sede.

A los 33 años fue ordenado sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan grande, que entre su ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres meses, tiempo que dedicó a prepararse lo mejor posible a la santa celebración. En Roma se inscribió en una asociación llamada «Del Amor Divino», cuyos socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos. Se propuso fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más santa posible y a enfervorizar a los fieles. Fundó los Padres Teatinos (nombre que proviene de Teati, la ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Gian Prieto Carafa, que después llegó a ser el Papa Pablo IV).

San Cayetano le escribía a un amigo: «Me siento sano del cuerpo, pero enfermo del alma al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan poquitos los que se mueven a convertirse». Y este era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el Santo Evangelio. Y donde quiera que estuvo trabajó por conseguirlo. En ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: «Lo primero que hay que hacer para reformar la iglesia es reformarse uno a sí mismo».

San Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta escribió la razón que tuvo para ello:»Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico?» Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores?. Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado». En Nápoles, un señor rico quiere regalarle unas fincas para que viva de la renta, junto con sus compañeros, diciéndole que allí la gente no es tan generosa como en otras ciudades. El santo rechaza la oferta y le dice: «Dios es el mismo aquí y en todas partes, y él nunca nos ha desamparado, ni siquiera por un minuto». Fundó asociaciones llamadas «Montes de piedad» (Montepíos), que se dedicaban a prestar dinero a personas muy pobres. Sentía un inmenso amor por Nuestro Señor y lo adoraba, especialmente en la Sagrada Hostia, en la Eucaristía y recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen preferida era la del Divino Niño Jesús. La gente lo llamaba «el padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo».

Los ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los más abandonados. Un día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario, donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: «Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer». Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban.

En su última enfermedad, el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: «Mi Salvador murió sobre una tosca cruz, por favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas». Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas. Enseguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.