Por Alberto Asseff*

Cambiar el rumbo es ineludible. La Argentina pobrista, atrapada por ideas anacrónicas y fracasadas, no tiene otra perspectiva que girar hacia el sentido común y las líneas que dicta la realidad contemporánea. Por caso, el comercio no es un conjunto de aprovechados que lucran con el hambre y la necesidad de los consumidores, sino una antiquísima actividad que permite transar los bienes, hacerlos circular y darle dinamismo a la economía.

El intercambio comercial con el exterior no es en desmedro del consumo interno, sino el modo de enriquecer con más trabajo y mayores ingresos, a los sectores de la producción y los servicios. Invertir y emprender no es una tarea de privilegiados que pretenden expoliar a sus semejantes, sino que configura esa vanguardia de acción y creación en materia económica que concerta el plan de negocios, el capital necesario, la mano de obra y los insumos para ensanchar el trabajo y la producción. Si hoy tenemos 700.000 pymes, cuando dispongamos de 1 millón y medio, nuestra gente no emigrará, porque acá tendrá lo que necesita, esto es perspectivas de vivir dignamente.

Respetar la Constitución no será ‘para los giles’, sino el modo excluyente de convivir civilizadamente. Porque ley y orden no son ni serán jamás represión y autoritarismo. Que el sufragio sea la expresión libre de la voluntad ciudadana y no la contraprestación de la ‘platita’ que se le pone en el bolsillo vía la emisión sin respaldo de papel ‘pintado’, a años luz de ser ‘moneda’, no es otra cosa que la vigencia de una genuina democracia y no su grotesca caricatura. Que la alternancia es ínsita al sistema republicano, lejos del reproche que formuló un líder ‘social’ – esos que empoderamos todos mediante el desopilante sistema de distribuir dinero público a través de ellos, supuestamente para ‘ayudar’ a los vulnerables, con el resultado horrible de que cada vez fabricamos más pobres. República que, 210 años después de iniciar su construcción, aún es una materia que adeudamos.

El cambio es un parto complejo, lleno de incertidumbres. La única certeza que trae el cambio es su imperiosa necesidad. Todo lo demás es desconocido, suscitador de perplejidades y dudas. La precipua de todas estas incertezas es cuán gobernable es la transición hacia la Argentina moderna.

¿Se podrá con los sindicatos, los piqueteros, los trotskistas? Pero, fundamentalmente, ¿se podrá con las mafias y todos y cada uno de los mil intereses espurios enquistados en todas las entretelas de la estructura institucional y dirigencial del país?

Para estos enigmas se están ensayando algunas respuestas anticipatorias. Una es cuantitativa y tradicional: un pacto con el 70% del país. Si el 30% que quedaría afuera aglutina a quienes por ideología o por intereses ramplones y sucios atrasan al país, quizás podría ser una vía transitable. Empero, tiene asidero abrigar dudas. En los pactos suelen filtrarse quienes frívolamente sólo quieren entrar en la foto y otros que tienen el designio de infiltrarse para desde sus entrañas lograr el gran objetivo de ‘cambiar para que nada cambie’. No sería la primera vez en un siglo de que nuestra ciudadanía da un voto de confianza y luego, por una u otra razón, por errores propios y determinaciones ajenas, sobrevino la desilusión y la frustración.

Existe otra opción para ir a fondo con el cambio: el doble voto de confianza. Primero en las urnas de la renovación presidencial y luego en la consulta popular – preferentemente vinculante – del art.40 de la Constitución. Consulta a convocarse dentro de los primeros noventa días del nuevo mandato a la que se someterán simultáneamente las siete grandes reformas modernizadoras – destrabantes del progreso. Ante el pronunciamiento popular – que superará ese 70% más arriba consignado -, no habrá obstáculos para enderezar nuestro andar nacional. El doble voto legitimará las reformas. Le dará irrefutable sustentabilidad política.

La gobernabilidad del nuevo mandato estará asegurada, sólo sujeta a la firmeza, pericia y resultados que se vayan consumando. Pero antes de esa gobernabilidad futura está en cuestión la actual, sobre todo la posterior al 14 de noviembre hasta que se transmita el poder. En esa transición inmediata la oposición debe actual con suma prudencia y equilibrio. Ni cogobernar ni obstruir, sino ir marcando y amojonando la ruta de salida. Todo lo que contribuya a sanear cuentas fiscales, arreglar deudas, controlar la inflación, custodiar el valor de la moneda, favorecer la inversión, disminuir la presión impositiva, estimular las exportaciones, generar trabajo, limitar los planes sociales pobristas, en fin todo lo que nos haga amigos de la sensatez no sólo debe ser respaldado, sino inducido desde el Congreso, ahora sin la asfixiante hegemonía oficialista.

El futuro mandato del cambio no puede recibir un país incendiado, sino en camino hacia la nueva normalidad, esto es prosperidad en vez de pobreza para todos. ¿Acaso se puede ganar una elección presidencial a pesar de que el gobierno saliente parece encaminar al país? ¡Claro que sí! Porque el país será consciente que la oposición, sin cogobernar, ha sido decisiva para darle rumbo a un país literalmente a la deriva o, peor, desorientado hacia un cataclismo.

El cambio es ineluctable. La gobernabilidad es factible. El buen arte y oficio de dirigentes con vocación de estadistas posibilitará la transición ahora y el éxito después.

*Diputado nacional (Juntos por el Cambio)

Fuente: El Desafio Seminario