Por Fabrizio Manrrique

 

Si uno pudiera suspenderse en el aire y obtener una fotografía simbólica de la coyuntura política argentina, se daría cuenta rápidamente de la carencia de liderazgos prominentes. ¿Son necesarios los liderazgos humanos? Solo sabemos que es la forma de relación humana que ha encarnado procesos colectivos de cambio social. Por supuesto que hay liderazgos benignos y liderazgos enfermizos, pero tanto unos como otros nos brindan la certeza de una posible estructuración de un orden social determinado.

Trasladando lo anterior al caso argentino, estamos experimentado un proceso de transformación y surgimiento de nuevos líderes políticos; luego de los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner, su liderazgo político sigue vigente pero profundamente cuestionado por una gran parte de la sociedad argentina; desprendiéndose del mismo bloque político, y con el objetivo de filtrar la mayor cantidad de apoyos posibles, asoma Florencio Randazzo, partícipe de la interna dentro del FPV (su fallido intento por ser candidato a gobernador en el año 2015 fue el primer puntapié que explicitó su diferenciación); Sergio Massa, por su lado, se ha constituido como un actor importante por haberse posicionado en el centro del espectro ideológico, pero no ha demostrado la virtud de poder captar completamente esa zona gris y obtener primeros puestos. Del lado del frente Cambiemos, quien se destaca por haberle quebrado la muñeca al peronismo en la Provincia de Buenos Aires es Maria Eugenia Vidal. Sin dudas es y será una futura líder política determinante.

Más allá de las pujas en el plano simbólico, lo cierto es que los procesos de estructuración de la arena política suelen ser, por un lado, incrementales lejos de los tiempos de campaña, con pequeños cambios relativos, y súbitamente bruscos en tiempos electorales. El aquí y ahora nos ofrecen spots pésimamente diseñados, con mensajes de campaña que carecen de lógica intrínseca, desarticulados conceptualmente. Parecería ser que a la vieja fórmula de “anclar un mensaje a un candidato” ha quedado de lado en estas instancias, para pasar hiper-personalismos sin ningún reflejo en los números preliminares; esto puede ser un suicidio político o el inicio de futuras escisiones dentro de las fuerzas.

Por tratarse de elecciones legislativas, el sistema electoral va a brindar un diagnóstico vinculante del estado de la opinión pública; pero a diferencia de una elección presidencial, la agudización de las candidaturas no va a estar determinada por la vía institucional (no debe hacerse un análisis contrafáctico, pero podemos imaginar que, si nuestro país hubiese tenido un sistema de mayoría relativa sin ballotage, el ganador en 2015 hubiera sido Scioli), sino por otros mecanismos de diferenciación. Ante esto, cabría un análisis más extenso que exponga los componentes de un voto más simbólico que económico y racional: los determinantes estéticos, las características de la oratoria política, la conformación de los equipos inferiores que disputan escaños, el vínculo entre candidato-expectativas de bienestar. El gran combate electoral de las legislativas va a tener como protagonistas a dos mujeres: Cristina Fernández de Kirchner y Maria Eugenia Vidal. Si bien ésta última no compite, Cambiemos sabe que, anexando su figura a los candidatos oficialistas, éstos elevan sus cifras. ¿Apelarán a la misma estrategia que fallidamente utilizó el Kirchnerismo en la elección Macri-Scioli de anclar la candidatura de la funcionaria que más mide en las encuestas para generar simbiosis? ¿Concentrarán sus esfuerzos en realizar una campaña que apele a la conservación del Status Quo de la arena política a través del miedo al “cambio”?