Personalismos, (en)claves de las elecciones legislativas

 Por Fabrizio Manrrique

La campaña ya arrancó; para ciertas fuerzas, no hubo descanso entre las elecciones presidenciales y las venideras elecciones de medio término, mientras que para otras, los anuncios de la presentación oficial de candidatos constituyó un hecho de salvataje mediático (una manera elegante de subordinar a los propios y ejercer una demostración de fuerza);  no podríamos afirmar que se trata de una campaña atípica, pero la irrupción de los nuevos medios y el manejo minucioso de las agendas (la agenda pública y la agenda de gobierno) condicionan notablemente las primeros amagues en torno a la visibilización de los candidatos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de visibilización? Sencillamente, aseveramos la existencia de un algo preexistente, contrario a un proceso de construcción de imagen pública. Si en algo se diferencia la elección de medio término respecto de las anteriores, es en la ausencia de un candidato opositor que pueda ejercer un peso propio (como De Narváez en 2009 o el mismo Sergio Massa, en el 2013). Más bien estamos ante un escenario de fuerzas que han cooptado ciertos espacios, y que claramente son sensibles a la modificación de sus órbitas de dominio. En términos de estrategias de comunicación política, ningún espacio opositor maneja mejor el arte de administrar los tiempos y el marketing político que el Gobierno; la oposición tampoco posee figuras que tengan una imagen positiva alta y permanente. Sin embargo, la disputa es clara.

¿Cuál es la clave, entonces, de las elecciones legislativas venideras? Se define todo en la elección de las figuras de campaña. No hay tiempo para la construcción de liderazgos. El eje de la campaña, para resistir un posible embate de la oposición, es la selección de personalidades que posean territorios con votantes cautivos, con estructuras propias. Visto en perspectiva, con candidatos cada vez más expuestos y vulnerables (gracias al desarrollo mediático y como consecuencia del descrédito generalizado hacia la clase política en este nuevo siglo), las estrategias de campaña en elecciones de medio término deben articularse desde el plano local. Es este plano el que va a verse sumamente afectado, debido al entramado institucional que se ve involucrado a partir de lo que determina nuestro sistema electoral. Si el eje está en las nuevas configuraciones de los consejos deliberantes y las cámaras legislativas provinciales, las campañas necesariamente deben localizarse. No hay que perder de vista que estamos ante un público de votantes muy activo, que no siempre actúa de manera plebiscitaria en sus evaluaciones, y que proyecta desde si mismo su propia imagen sobre los líderes que asoman en sus comunidades más cercanas (comunidades, entendidas como espacios de generación de identidad, no necesariamente físicas, sino por, sobre todo, virtuales).

¿Qué podemos decir de la ancha avenida que constituye el centro del espectro entre la izquierda y la derecha? En las elecciones presidenciales del 2015, la clave estuvo en ganar el centro; Cambiemos lo logró, y el sistema electoral habilitó otras instancias que, gracias a la polarización (en este caso, no estrictamente coyuntural), contribuyeron a la obtención del poder ejecutivo. En el actual escenario de tres tercios, las fuerzas políticas aparecen como desgastadas, dispersas. El PJ tiene al menos tres grandes espacios que van a deconstruirse aún más en los niveles locales.

Apelar a los enclaves territoriales aliados es un paso seguro en tiempo de indefiniciones políticas.