unnamed      por Fabrizio Manrrique

Todos, bajo alguna forma o en algún momento, experimentamos  una fuerte o vaga idea respecto de la irrupción de las redes sociales en nuestra vida globalizada. Teniendo en cuenta que muy a pesar de que la alfabetización tecnológica  no es total, sin dudas existe un impacto transnacional de ellas, por su uso u omisión.

La política, tanto como otros fenómenos sociales, no es ajena a dicho impacto. Desde la Primavera Árabe, pasando por el reclamo independentista de algunas naciones dentro de estados consolidados, hasta la organización de marchas en pedidos de justicia o transparencia gubernamental, ciudadanos y funcionarios tienen noción de su utilidad en la lucha por el poder o la instalación de problemáticas en la agenda pública. El fenómeno de la política 2.0, proceso que se desprende del anterior punto de inflexión en la configuración de las relaciones humanas, es ya un punto de análisis de varios especialistas, aunque sus límites no estén del todo claros, ni tampoco sistematizadas sus propias consecuencias. La clase política, poco a poco, va asumiendo que no puede haber, dentro de los planes de los agentes de prensa, la desidia de no incluir la gestión de plataformas virtuales para la comunicación y publicidad política.

La territorialidad, un punto clave para la generación del poder en las prioridades de los grandes partidos políticos que en algún momento articularon los sistemas de partidos, tanto latinoamericanos a nivel general, y en nuestro país, al nivel particular, hoy debería ser repensada. Hasta fines del Siglo XX, el partido que lograba extender su presencia sobre un territorio limitado, destinando recursos, gestionando instituciones estratégicamente situadas, y ampliando sus propias redes de participación, alcanzaba ese margen de competitividad que le podía asegurar su presencia en las principales instituciones de gobierno. Está claro que esto sigue siendo así: no hay gobierno sin una coalición o partido que simultáneamente a la competencia por el poder ejecutivo no posea además, conquistas en los niveles subnacionales. Pero la irrupción de las redes sociales, como un nuevo escenario de discusión de las temáticas de la opinión pública, plantea el desafío de poder cristalizar esas demandas, algunas veces atomizadas, algunas veces  impregnadas en los reclamos de algunos grupos o sectores específicos. Ya no puede hablarse de territorio como un espacio en donde se articulan las relaciones que constituyen el poder sin tener en cuenta una incipiente pero cada día más evidente territorialización virtual. Parece una contradicción hablar de territorio cuando en realidad no hay un espacio físico, sino que lo que existe es un espacio virtual de múltiples intencionalidades y en donde se manifiestan potenciales grupos de presión e intereses. Sin embargo, la lógica invita a pensar que muy a pesar del carácter vertical de las relaciones de poder que hicieron extensivo el enraizamiento de los partidos políticos, ahí donde la política no llega, llegan las redes sociales: un universo horizontal, de posibilidades similares de exposición; y ahí donde la política llega, también son las redes sociales, junto con los medios de comunicación, los canales para la instalación de inputs o demandas del electorado. No es que deba prescindirse de las construcciones que puedan realizar los partidos políticos en torno del territorio físico para poder obtener escaños y articular para sí una porción del electorado. Simplemente hoy, y probablemente hasta que aparezca otra forma de construcción de consenso y desaparezca la aquí mencionada, la política 2.0 es un eje clave del cual no es pertinente quitar la atención.