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LA PROVINCIA DE BUENOS AYRES, ¿tiene oportunidades?

Por Luis Gotte – La Trinchera Bonaerense

La provincia de Buenos Ayres reúne lo que muchas naciones del mundo apenas podrían soñar: suelos fértiles de altísima calidad -Argentina posee 39,7 millones de ha. de suelos negros, lo que representa el 14% del territorio nacional y la posiciona como el cuarto país del mundo con mayor contenido de materia orgánica-; una cultura productiva arraigada; un entramado cooperativo de escala territorial y un sistema científico-técnico de excelencia internacional.

Sin embargo, ese enorme potencial corre el riesgo de diluirse si no se acompaña de una transformación profunda de su matriz productiva y una reforma institucional que fortalezca el gobierno municipal. De lo contrario, lo que podría ser una plataforma de desarrollo soberano corre peligro de convertirse en una zona de tránsito extractivo: irrelevante en el mapa industrial, vulnerable en los mercados internacionales y expulsiva para sus propias comunidades rurales (la provincia tiene un 97.2% de su población urbanizada, el porcentaje más alto del país).

La malla agroexportadora de la región pampeana muestra signos de agotamiento estructural. No porque rinda menos, sino porque el mundo ya no demanda commodities sin trazabilidad, sin certificación, sin valor agregado ni identidad territorial. En ese tablero global, regiones como el Sahel africano -con apoyo decisivo de China y Rusia- se organizan con visión estratégica, mientras Argentina exporta lo que puede, no lo que conviene.

África ha iniciado una revolución proteica silenciosa, financiada por Eurasia, que busca transformar el continente en un productor estable de alimentos. El dato es contundente: África concentra el 60% de la tierra cultivable aún sin explotar y apenas genera el 4% de la producción agroalimentaria mundial. Esa brecha es la que hoy China y Rusia se proponen cerrar con inversión, tecnología, corredores ferroviarios y bioeconomía. Mientras tanto, Argentina permanece en un esquema primarizado que confunde volumen con desarrollo.

Frente a este nuevo orden agroalimentario, la provincia de Buenos Ayres tiene dos caminos: liderar una reconfiguración productiva e institucional o resignarse a ser un espacio de tránsito sin destino.

La reforma comienza por asumir una verdad incómoda: no hay competitividad sin institucionalidad territorial, ni arraigo sin desarrollo productivo genuino. Por décadas, el campo bonaerense fue el motor económico nacional, pero sustentado en una estructura primarizada: soja, maíz, trigo y carne, con escasa transformación local, baja inversión en ciencia aplicada y una lógica centrada en precios internacionales, no en estrategia nacional.

La salida no está en viejas fórmulas liberales ni en refugios corporativos. Requiere una nueva concertación productiva entre Estado, municipios, cooperativas, ciencia y PyMEs, con tres ejes centrales:

1) Reorganizar la provincia en ocho regiones productivas, con autonomía decisional y recursos proporcionales.

2) Terminar con el centralismo del AMBA, que ha distorsionado prioridades y postergado al interior bonaerense.

3) Reformar la Ley 5109 (Ley Electoral) y la 6769 (Ley Orgánica de los Municipios), para garantizar representación territorial y autonomía municipal plena.

A partir del cambio institucional, es imprescindible avanzar en la transformación de la matriz productiva: dejar de exportar materia prima y avanzar hacia alimentos procesados, bioinsumos, genética animal y vegetal, trazabilidad certificada, software agroindustrial y marcas propias que abran mercados internacionales.

Como así también, invertir decididamente en biotecnología y cooperación: sin desarrollo de semillas, biofertilizantes y plataformas digitales de certificación propias, no hay competitividad posible. Y sin redes de cooperación y crédito asociativo, no hay modelo que se sostenga.

Para lograrlo, es clave conformar una mesa de coordinación multisectorial con protagonismo municipal, planificación provincial, inteligencia cooperativa y liderazgo científico. Este bloque no solo debe planificar: debe ejecutar.

En este sentido, las organizaciones agropecuarias y agroindustriales -Federación Agraria Argentina, Confederaciones Rurales Argentinas, Sociedad Rural Argentina, CONINAGRO, AAPRESID- tienen la responsabilidad histórica de adoptar una visión estratégica y no solo sectorial. Ya no alcanza con defender intereses corporativos o discutir retenciones: se trata de rediseñar el modelo productivo bonaerense con horizonte al 2050.

Del mismo modo, el INTA, SENASA, el INTI y las universidades deben abandonar la fragmentación y el aislamiento, para constituirse en un verdadero sistema nacional de conocimiento aplicado al desarrollo regional.

Y la pregunta de fondo es urgente: ¿vamos a seguir exportando lo que otros nos dejan producir, o vamos a crear lo que el mundo realmente necesita -y está dispuesto a pagar- con nuestro saber, nuestra marca y nuestro trabajo?

No hay más margen para la espera pasiva. Cada año que pasa es una oportunidad que otro país toma. La provincia de Buenos Ayres tiene el talento, el suelo y el entramado social. Solo falta decisión política y coraje dirigencial.

Porque si no lo hacemos nosotros, lo hará otro. Con nuestra tierra. Pero sin nuestra gente.

 

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