La política internacional no perdona los desplantes de principiante. Javier Milei, presidente de Argentina, llegó al G-20 con la intención de marcar una postura disruptiva, convencido de que su cercanía con Donald Trump le otorgaría un lugar privilegiado entre los líderes mundiales. Sin embargo, la realidad global le dio una lección que no olvidará pronto.

Desde el inicio, Milei enfrentó un clima hostil. Lula da Silva, anfitrión de la cumbre, lo recibió con una frialdad evidente que marcó el tono del encuentro. Pero lo más duro llegó dentro de la sala, donde pesos pesados como Emmanuel Macron, Gustavo Petro y Xi Jinping lo confrontaron directamente, desarticulando cualquier intento de protagonismo.

Macron no solo visitó la Iglesia Santa Cruz para rendir homenaje a las víctimas de la dictadura, sino que también condicionó su apoyo a la firma del documento consensuado por las potencias. Milei, obligado a tragarse su orgullo, firmó el texto y luego intentó maquillar el hecho con una narrativa destinada al consumo interno, aludiendo a una supuesta “disidencia” con la “agenda woke”.

El golpe más simbólico vino de Gustavo Petro, quien expuso la falacia del discurso libertario de Milei al tildarlo de “anacrónico”. Petro defendió la cooperación internacional como única vía para el progreso y dejó en evidencia la incoherencia del argentino ante el resto de los mandatarios.

Xi Jinping, con la serenidad propia de un líder consolidado, recordó a Milei los compromisos incumplidos de Argentina y dejó claro que cualquier renegociación del «swap» dependerá de que el país cumpla con sus obligaciones previas, como las represas del sur.

Incluso Giorgia Meloni, cercana ideológicamente al argentino, lo persuadió de apoyar el acuerdo Mercosur-Unión Europea, desmontando cualquier intento de boicot para alinearse con Trump.

Finalmente, frustrado y aislado, Milei decidió ausentarse de la foto grupal del G-20, un gesto que simboliza su derrota política en el escenario internacional. Lo que comenzó como una oportunidad de posicionarse como líder disruptivo terminó siendo una lección sobre las complejidades de la diplomacia global.

La verdadera política, como quedó demostrado, no es de cabotaje: requiere estrategia, respeto y un entendimiento profundo del entramado internacional. Milei, por ahora, tiene mucho que aprender.