La icónica marca de los años 80 y 90 sigue siendo relevante, trayendo alegría a nuevas generaciones de niños. Es una historia marcada por la lucha y el compromiso de mantener viva la memoria colectiva.

Para muchos adultos, Mielcitas y Naranjú evocan un viaje nostálgico a la infancia durante las décadas de los 80 y 90. Estos nombres están vinculados a pequeños paquetes que ofrecían dulces en colores llamativos y jugos congelados que refrescaban. Sin embargo, para las trabajadoras de la cooperativa con sede en Rafael Castillo, La Matanza, estas golosinas representan más que simples recuerdos; son símbolos de orgullo por fabricar productos que todavía se encuentran en los estantes de los kioscos, gracias a una lucha que alcanzó un punto culminante en 2019 cuando lograron evitar la quiebra de la empresa. En la actualidad, la batalla continúa día tras día, respaldada por una cooperativa conformada mayoritariamente por mujeres, que asegura la producción y distribución de estas golosinas.

En las redes sociales, abundan los testimonios de adultos que, hace 30 o 40 años, eran niños que añoran la sensación que experimentaban al abrir el envoltorio de estas golosinas. Ambos productos eran los favoritos en los recreos de las escuelas de los barrios populares, ofreciendo una combinación de sabor, diversión y un precio accesible. Hoy en día, representan el sustento de casi cien familias trabajadoras que se negaron a ser desplazadas por la negligencia empresarial y encontraron en la cooperativa una vía para preservar sus empleos y su dignidad.

Con información de El Destape.