En su reciente libro, Un nuevo desafío urbano, Orlando Pulvirenti junto a Miguel Saredi reflexionan sobre el creciente éxodo hacia los territorios suburbanos o rurales, cuáles son las prioridades que deben ofrecer los destinos alternativos a la ciudad y cuál es la tendencia en el mundo.

Los urbanistas debaten si el paso de la pandemia generará un modelo distinto de organización de las ciudades. Mientras algunos auguran el éxodo de los habitantes citadinos a territorios suburbanos o rurales; otros sostienen que nada indica que se hayan de producir serias modificaciones.

Europa limita el uso de transporte automotor para evitar la contaminación y lo sustituye por medios ecológicos, tales como pequeños dispositivos eléctricos (autos monoplazas, monopatines, motocicletas) o bicicletas y caminata. Las distancias pues, tienen que ser acordes a la escala humana. Todo a quince minutos. Es una transición desde el espacio urbano monofuncional a una ciudad policéntrica que rediseña las seis funciones sociales urbanas esenciales: habitar, trabajar, aprovisionarse, cuidarse, aprender y descansar, para que ellas se puedan cumplir en un radio más cercano. Deja atrás el urbanismo fundado sobre usos predominantes y zonificaciones y redescubre la proximidad.

Estados Unidos acelera la suburbanización que, fuerte en sus comienzos, había presentado un retroceso en las últimas décadas. La disponibilidad tecnológica permite con cierta holgura que los servicios puedan ser brindadas a la distancia, apelando a la conexión y a la innecesariedad de la oficina. El hogar se transforma así en centro de las actividades humanas y se limita la interrelación personal.

En China, India y el Sudeste Asiático; por el contrario, no se observa que el Covid19 haya modificado la tendencia de las últimas dos décadas de acelerar el urbanismo inteligente, buscando la constitución de enormes centros urbanos capaces de recibir millones de personas. Particularmente el gigante asiático sostiene que este esquema limita desigualdades socioeconómicas, favorece una estructura económica desequilibrada, evita la degradación ambiental y ecológica, aspectos que están entrelazados y representan obstáculos en su camino hacia convertirse en un país sostenible y equitativo de altos ingresos. Las políticas limitan las deficiencias del mercado y se intensifican los esfuerzos para desarrollar redes de transporte e infraestructura relacionada y compartida entre muchas ciudades.

La Argentina plantea su propia dinámica. Poco más de un cuarto de la población se ubica en unos 60 kilómetros en derredor del Obelisco y es difícil no pensar una salida aún progresiva en sentido contrario, con el fin de desarrollar núcleos urbanos que permitan descomprimir una realidad que agobia por su peso, el avance del resto del país. Si la industrialización de las décadas de 1940/50 generó la conurbanización, extendiendo la ocupación permanente del territorio hacia la periferia, la década de 1990 amplió el fraccionamiento del espacio urbano. Las obras de infraestructura vial (Panamericana, corredor del Oeste, Autopista a Cañuelas y La Plata – Buenos Aires) potenciaron barrios cerrados y auténticas ciudades privadas, como Nordelta, y a la par de esos desarrollos, la propagación de barriadas vulnerables carentes de cualquier servicio urbano, tales como cloacas, calles pavimentadas o agua potable.

Explicar las razones para ello podrían ser demasiado extensas, pero sí es claro que hace tiempo el Estado ha declinado sus competencias. Hoy subsiste la atracción para concentrarse en un centro urbano que aparece como una tierra de posibilidades, aún con todos sus problemas (inseguridad, insalubridad, precarización, falta de espacios verdes, entre otras); y existen pocos estímulos para trasladarse a lugares más dispersos.

El Covid-19 pareció mediante la mecánica del teletrabajo revertir ese proceso, con muchos compatriotas que descubrieron el encanto de vivir a distancia. Sin embargo, sin producción cercana, sin fuentes de trabajo, con serias limitaciones en las redes de conectividad electrónica, sin inversiones que generen esos atractivos, pensar en un cambio sustancial, parece cuanto menos aventurado. Máxime al observarse que en tanto desaparecen progresivamente las prohibiciones de contacto, las autopistas vuelven a llenarse de tránsito obligando nuevamente al espiral de gasto improductivo, en tiempo y recursos naturales y monetarios.

La experiencia de la pandemia debe ser un llamado de atención respecto de la dinámica urbana, requiriendo un esfuerzo conjunto público y privado que tienda a desconcentrar las grandes urbes y a fomentar la convivencia comunitaria. Los ocho ejes conceptuales para ello exigen:

  1. Desarrollo ecológicamente sustentable destinado a mitigar el daño medio ambiental y reparar en la medida de los posibles los acaecidos
  2. Ubicación de las fuentes de producción y laboral cerca de la población usuaria
  3. Transporte sustentable
  4. Instalación y mejora de los sistemas de comunicación y redes disponibles
  5. Seguridad urbana
  6. Planificación a futuro
  7. Respeto integral de los Derechos Humanos garantizando en particular la educación, la salud y la seguridad individual y colectiva
  8. Asegurar la participación vecinal y el involucramiento de los gobiernos locales

Se impone establecer y afianzar comunidades en el interior del país, ya no sólo con la capacidad de retener a su propia población –arraigarla– sino también de atraer a nuevos habitantes que tengan deseos de una mejor calidad de vida. No es poco, consiste en proveer servicios básicos: educación, salud, seguridad e infraestructura de servicios y comunicaciones.

Al pensar ese urbanismo, debe concebírselo tomando notas de los aspectos que más preocupan a futuro a la humanidad: preservación del medio ambiente y de los escasos recursos disponibles, sustentabilidad responsable en el tiempo, socialmente equilibrada y justa. Es un modelo de ciudad y hábitat que brinda sentido al proyecto de vida de cada persona, fortaleciendo los vínculos comunitarios y sociales, haciendo cumplir en el fondo un objetivo que propiciaba la filosofía griega como búsqueda individual y colectiva, y que hoy curiosamente refiere el particular índice de medición aplicado en el país budista de Bután: la felicidad.

* El autor es abogado, docente en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, autor y co-autor de 16 libros, entre ellos Un nuevo desafío urbano, junto a Miguel Saredi y recientemente publicado,.

Orlando Pulvirenti

Fuente: Diario La Nación