Dramaturgo, periodista y político argentino, nacido en Buenos Aires en 1867, y fallecido en 1913. Se le recuerda sobre todo por su producción teatral, que está considerada como el inicio de la llamada «época de oro» del teatro argentino. Su figura en el territorio de La Matanza fue muy importante, donde el 4 de julio de 1911, Gregorio de Laferrere junto Pedro Luro y Honorio Luque fundaron la ciudad de Gregorio de Laferrere en el partido.
Su inclinación hacia el mundo de las Letras, manifiesta desde muy temprana edad, le llevó a fundar una publicación periódica que le sirvió para presentar sus primeros escritos, por aquel entonces firmados bajo el pseudónimo de Abel Stewart Escalada. Posteriormente, su dedicación a la política exterior de su país le permitió viajar por Europa, de donde regresó a la Argentina imbuido de una acusada formación literaria que se había enriquecido con numerosas tradiciones del Viejo Continente; así, por ejemplo, es evidente la influencia del teatro ligero francés en muchas de sus piezas dramáticas, algunas de ellas muy próximas a los más aplaudidos vodeviles que por su época se estaban representando en los escenarios parisinos.
Una vez instalado definitivamente en su lugar de origen, Laferrere creó el llamado Conservatorio Lavardén, una institución consagrada a la conservación y difusión del teatro argentino y a la formación de los jóvenes aspirantes a convertirse en actores.Lo más notable del teatro de Gregorio de Laferrere es su audacia a la hora de verter en los moldes clásicos del vodevil francés una serie de personajes, situaciones y argumentos propios de la sociedad bonaerense de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Es el suyo un teatro burgués, destinado al público de esa amplia clase social y protagonizado por personajes extraídos de ella, en el que predomina el objetivo final de provocar la carcajada del espectador. Las obras más destacadas de esta producción teatral humorística -en ocasiones, abiertamente bufonesca- son las tituladas ¡Jettatore! (1905), Bajo la garra (1906), Las de Barranco (1908) y Los invisibles (1911).
Su figura se recorda a perpetuidad y se destaca una ciudad con su nombre la cual es caracterizada por su comercio, su clase trabajadora pujante, y por estar dotada de tanta historia en cada rincón.