Por  Javier Barragán es licenciado en ciencia política y relaciones internacionales.

El 14 de febrero dejó este mundo Carlos Menem, el presidente que más tiempo gobernó a nuestro país; partió justo dos días antes de que se cumpliera un aniversario más de la muerte de su caudillo favorito, el prócer Facundo Quiroga, de quien emuló sus patillas y también su liderazgo.

El prototipo de periodista militante – ignorante que supone Brancatelli sirvió de ejemplo a muchos otros que salieron a relatar hechos de corrupción que buscaron conmover la sensibilidad de la impoluta sociedad argentina, en una narración cercana a lo patético.

Decía Menem: «Yo siempre cuento la anécdota: cuando alguien va a la mesa de uno y entra a hablar de honestidad, y entra a hablar de moral y de ética, cuando se va, hay que contar los cubiertos…».

Y muchos son los que se han sentado en la mesa de la política argentina a hablar de moral y de ética, varios de los cuales aprovecharon la posibilidad que les otorga un espacio televisivo para defenestrar a Menem, a aquel hombre que mientras gobernaba manejaba un Ferrari, al villano de la inmaculada ética argentina.

Y así es que pasaron por la mesa muchos que se dicen peronistas, sacaron su peronómetro y detectaron que Menem no era uno de los suyos… Claro, cómo iba a serlo, si andaba en Ferrari… La cosa está en tratar de borrar del calendario peronista los 3.807 días que Menem estuvo al frente del país. Pero si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia…

Menem asumió el gobierno el día 8 de julio de 1989, luego de que Alfonsín renunciara a su cargo cinco meses antes del fin de su mandato.

El país estaba en llamas: luego de los fracasos de los planes Austral y Primavera, los salarios habían descendido y la disconformidad aumentado. En oposición a la política económica de Alfonsín, los sindicalistas realizaron trece paros generales, se produjeron saqueos que brindaron una imagen caótica, el gobierno saliente no podía esperar hasta diciembre.

Las empresas públicas se hallaban sujetas a una ley de mano de obra creciente porque en ese sector las cargas financieras causadas por fuerzas de trabajo numerosas podían ser trasladadas a la comunidad en general por medio de los déficits presupuestarios y la inflación. La emisión de moneda llevaba a una hiperinflación que producía la inmediata pérdida del poder adquisitivo por parte de los argentinos.

Menem llevaría a cabo una actualización de la «doctrina peronista»: se justificaría entonces afirmando que lo característico de Perón no fue una política en particular, sino su adaptación práctica a las distintas circunstancias; si Perón viviese, decía, haría lo mismo que él estaba haciendo.

Y sumo yo a esa frase: ¿Acaso el Perón nacionalista no había firmado contratos petrolíferos con la California, sede de la Standard Oil?

LA ECONOMÍA MENEMISTA

En 1991 asume la cartera Domingo Cavallo, que pone en marcha el plan de convertibilidad. Fija la paridad peso – dólar (reemplazando al austral) y se compromete a no emitir billetes sin respaldo.

La inflación bajó, habiendo rubros en los que se registró deflación. Esto podría ser un dato más en un país con estabilidad económica, pero no en Argentina, donde los años menemistas constituyeron, sin controles de precios ni ley de góndolas, una excepción a la regla. Esto aparejó el beneficio de la población en su conjunto, ya que la ausencia de emisión monetaria evitó el impuesto inflacionario.

Dicho impuesto es el que vivimos cotidianamente hoy día, el cual no se ve porque no se encuentra legislado (lo que lo torna inconstitucional), pero con su monto arbitrario perjudica al ciudadano común que ve desvalorizado su dinero, mientras que el estado cobra impuestos sobre el valor de los bienes, por lo que si aumentan su precio también crece la parte que le corresponde al estado.

En suma, esta estabilidad monetaria era condición necesaria para el crecimiento económico.

Se necesita estabilidad monetaria para que exista el crédito a treinta años y se multiplique la construcción de viviendas, con el consiguiente impulso a la ocupación de mano de obra. Se necesita estabilidad monetaria para que los más de 200.000 millones de dólares depositados por argentinos en cuentas en el exterior retornen al país y se inviertan productivamente en él.

Finalizando el eje económico hablemos de las privatizaciones: fue el gobierno de Raúl Alfonsín quien tuvo la idea primero. En 1987 dos de sus ministros, Juan Sourrouille (Economía) y Rodolfo Terragno (Obras y Servicios Públicos) fueron los encargados de comunicar públicamente que era decisión del gobierno avanzar en un plan de reformas del estado. Sin embargo, a pesar de su voluntad política, no pudieron implementar el plan y fue tarea de Menem hacerlo con éxito, gracias a la invalorable colaboración de las conducciones sindicales. No hubo sindicalistas presentes en el funeral del ex presidente, pero lo que sí es un hecho histórico es que en ese entonces muchos conformaron el Movimiento Sindical Menem Presidente, del que formaban parte Barrionuevo y Triaca, entre otros.

EN CUANTO A LA POLÍTICA EXTERIOR

Menem sumaría a su visión estratégica la idea de conformar el Mercado Común del Sur, que se constituiría en 1991 con la firma del Tratado de Asunción entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. El objetivo fundamental del Mercosur es lograr la integración a través de un mercado subregional común, integrado por países «en vías de desarrollo», que deben tratar de crecer juntos. Ese Mercosur base de una patria grande para los gobernantes populistas del siglo XXI, había sido construido con el aporte «del villano», otro hecho que se trata de dejar en el olvido.

A ese marco de política exterior es que se le suman las tan denostadas «relaciones carnales» que el gobierno menemista mantendría con los Estados Unidos: la participación de naves argentinas en la guerra del Golfo Pérsico, se dice, fue la que aparejó los atentados sufridos por nuestro país.

¿Acaso la política exterior menemista que siguió la teoría del realismo periférico no fue un intento de aminorar las confrontaciones estériles que históricamente hemos mantenido con las potencias, las cuales no han reportado sino costos inútiles?

Pero claro, los grandilocuentes defensores de la soberanía nacional dicen que aquello constituyó una entrega de soberanía. Cabe revisar entonces las entregas que ellos históricamente han realizado, porque es fácil ser soberano de palabra, y ser entreguista en los hechos.

Ahora bien, en el caso de que este alineamiento con los Estados Unidos haya provocado los atentados contra la embajada de Israel en Buenos Aires y la Asociación Mutual Israelita Argentina, ¿merecería nuestro país actualmente nuevos atentados por el acercamiento a Irán a partir de la firma del memorándum con este país en 2013?

Lo cierto es que el propio Menem cargó con el peso de sus decisiones, y así fue que sufrió la pérdida de su hijo Carlos Facundo, que él mismo reconocería fue obra de un atentado criminal hasta hoy no esclarecido.

EN REFERENCIA AL TRÁFICO DE ARMAS

El gobierno argentino estaba siendo acusado por tráfico clandestino de armas a Ecuador, cuando la Argentina era uno de los países garantes de paz en el conflicto peruano – ecuatoriano. Antes de conocerse el segundo caso (la introducción de armas a Croacia, país afectado por el embargo de armamento de las Naciones Unidas) en 1995 estallaron polvorines de la planta de Fabricaciones Militares, arrasando Río Tercero: la explosión habría posibilitado la destrucción de evidencia de armamento faltante en los inventarios de las Fuerzas Armadas.

Distintos funcionarios estuvieron presos o procesados por el tráfico de armas, entre ellos el ex jefe del Ejército Martín Balza y el propio Menem.

Sin embargo, Menem también seguía procesado en el caso de la voladura de la fábrica militar de Río Tercero, Córdoba, en que murieron cinco personas y hubo numerosos heridos. Menem estaba citado para ser indagado por un tribunal oral de Córdoba, pero la audiencia se suspendió por su mal estado de salud. Hasta entonces la Justicia entendió que no se encontraron elementos probatorios subjetivos que indiquen que Menem sabía de los delitos que se estaban cometiendo.

Más allá de la decisión de la ciudad de declararlo persona no grata y no adherir al duelo nacional… ¿Si creemos en la Justicia que condenó a Menem por el tráfico de armas, por qué no vamos a creer en la misma Justicia que alegó falta de pruebas para arribar a una segunda condena en la causa por la voladura de Río Tercero? ¿No es más probable que el intento de eliminar las pruebas haya surgido de algún subordinado que se hallara implicado? De ser así: ¿Podemos hacer responsable al presidente por cada acto de cada ministro del gobierno?

VAYAMOS AL ÚLTIMO PUNTO, LOS INDULTOS

Si atendemos a la situación del país respecto de los militares, ya en 1986 Alfonsín anunció la ley de Punto Final, que impondría un límite de sesenta días para presentar acciones penales contra quienes hubieran actuado ilegalmente en la represión, y en 1987 se promulgaría la ley de Obediencia Debida, por medio de la cual se descargaba de responsabilidad a los oficiales de menor graduación que hubieran obedecido órdenes de sus superiores. Así, sólo la cúpula militar quedaba bajo condena.

Las Madres de Plaza de Mayo se opusieron a estas leyes del rememorado padre de la democracia y lanzaron una campaña con la consigna «Cárcel a los genocidas».

Ahora, ¿Qué sucedería con Menem?

Para evitar levantamientos militares Menem decidió conceder indultos a los condenados por sus responsabilidades en la «guerra sucia» contra la «subversión», a los inculpados por su actuación en Malvinas, y a los apresados por los motines militares durante el gobierno de Alfonsín. Los indultos, de esta manera, no favorecieron a un sector, sino que formaron parte de una política integral de pacificación.

Y funcionó, ya que un grupo liderado por Seineldín se levantó pero fue reprimido por sus colegas, que ya no veían razón de ser al motín. Aún más, con las alianzas del Mercosur las hipótesis de conflicto con países vecinos dejaron de tener razón de ser: el lema fue el de la «profesionalización».

Se eliminó el servicio militar obligatorio al conocerse públicamente el asesinato del soldado Carrasco, encontrado muerto dentro del cuartel, cuando oficialmente se había informado su «deserción». Militares de distintos rangos reconocieron sus atrocidades, lo que quitó legitimidad a la ley de Obediencia Debida. Así logró Menem poner bajo control civil a los mandos militares, lo que permitió asegurar la paz en el país.

CONCLUSIÓN

La historia oficial es, por definición, la que elaboran las instituciones del estado o sus ideólogos. Este fue un intento por mostrar una contrahistoria opuesta a la historia oficial. Es una historia teñida por la pasión que trata de escapar al denominado «relato».

Bien sabemos que los actuales gobernantes piensan unas diez veces antes de pronunciar algo bueno sobre el villano de esta historia, pero lo que pocos saben es que tiempo atrás el propio Néstor Kirchner le decía a ese villano que era el mejor presidente desde el paso de aquél general (en referencia a Perón).

Hoy la historia oficial crea villanos, es la de lo políticamente correcto. Lo que importa es que el gobernador Kicillof se mostró andando en un Clío, y todos sabemos que dispone del dinero para comprarse un Ferrari, pero no importa. Como si la doctrina peronista mandara a conducir un auto humilde, en vez de gobernar para los humildes.

Que todo gobierno beneficia a algunos y perjudica a otros es cierto, y el gobierno menemista no es una excepción a la regla. Pero cabe reflexionar sobre la memoria que tenemos de los hechos para revalorizar ciertas políticas, y esta nota es un intento de ello.

Para lamento de los ideólogos del relato, la historia suele poner las cosas en su lugar, y muchas veces con el tiempo los villanos se transforman en héroes.

Fuente Realpolitik