El múltiple asesino nació el 19 de enero de 1952. En casi 49 años de encierro, vivió todo tipo de tormentos. Y su libertad parece una utopía.Carlos Eduardo Robledo Puch no puede creer haber pasado con vida el 2020.
Ante la cantidad de muertes por el COVID-19 y por otras enfermedades, el llamado Ángel de la Muerte que en 1971 y 1972 mató a sangre fría a once personas, no sabe si estar vivo es un milagro o una maldición.
Así es su estado de ánimo. Dice que su cuerpo no aguanta: sus riñones empeoran, tiene asma, una hernia y en 2019 tuvo una neumonía severa.
El martes 19 de enero, Robledo Puch cumplirá 69 años. Y el 3 de febrero tendrá el triste récord de haber llegado a los 49 años de prisión en las cárceles argentinas. “Tengo miedo de morir”, les dice a los guardias de la cárcel de La Plata donde cumple condena.
La última foto que muestra a Robledo es penosa. Avejentado, con los ojos llorosos, muestra un cartel que decía, en letra imprenta escrita por él: “¡Por favor! Háganme matar, que me sacrifiquen. Estoy sufriendo mucho. Les suplico. Cada día es más largo. No puedo más!!”.
“La Ley le otorga esa posibilidad a los 70 años, sin embargo el juez de Ejecución Penal podría negarla sobre la base de su peligrosidad. Robledo Puch fue condenado a la pena de prisión perpetua, con la accesoria por tiempo indeterminado, justamente por su estado de peligrosidad social”, dice a Infobae Hugo López Carribero, que estuvo a punto de ser abogado defensor de Robledo. Lo visitó y charlaron durante dos horas. Pero fue difícil llegara una estrategia legal en conjunto.
“No se imaginan lo que pasé en tantos años de encierro. Todos los días muero un poco. Voy a morir en la cárcel”, me dijo Robledo hace 10 años.
Se refería a las torturas, vejaciones y violencia que sufrió en el infierno de la cárcel.
El Ángel Negro vivió la mayor parte de su vida en la cárcel y sobrevivió a más de diez motines, entre ellos el peor levantamiento presidiario de la historia: un grupo de presos, llamados los Doce Apóstoles, durante la Semana Santa de 1996 tomó como rehenes a los guardias y a una jueza e incineró en el horno de la panadería a ocho detenidos acusados de violación.
Con los restos de uno rellenaron empanadas; con la cabeza de otro hicieron unos pases de fútbol en el patio. Mientras ocurría la masacre, Robledo Puch se refugió en la parroquia de la prisión con una Biblia en la mano.