El tercer nacimiento del hombre

Por: Fabricio Manrrique

unnamed

En su obra maestra, “La condición humana” (1958), Hanna Arendt expuso una suerte de patrón común en la vida del hombre: cada ser que venía al mundo experimentaba una especie de “doble nacimiento”: Uno natural, común al resto de los seres vivos, y otro de carácter artificial. El “segundo” nacimiento del hombre se manifestaba a partir de ciertas condiciones que a los masculinos griegos les imponía la propia polis: determinada edad, posesiones propias, y la condición de “no-dependencia”: la satisfacción de sus necesidades les aseguraba un lugar en el escenario público, en dónde no era la vida la que estaba en juego, sino el traspaso de la misma a partir del uso de la palabra.

El espacio público, siguiendo los hilos de la propuesta de la autora, configura un lugar de encuentro de múltiples voces que a través del consenso son capaces de construir poder y resguardar la libertad y la integridad humana (los escritores no pueden desprenderse de los males de sus siglos, y esto constituye una clara referencia a los efectos terribles de los totalitarismos europeos). El individuo conservaba su propio espacio privado, para luego unirse a los demás en la constitución de demandas o grupos de intereses que garantizasen el encauzamiento de motivaciones que hicieran a la pluralidad y la defensa de las minorías.

Pero llegó el siglo XXI y la aparición de las redes sociales han hecho estallar todo lo concebido respecto a qué constituye lo público y qué constituye lo privado. En las redes, lo propio de uno es la posesión de un espacio, dentro de una red pública y para la reproducción de esa red pública, lo cual evidencia la crisis conceptual vigente. La generación nacida a partir de los años 90’ puede afirmar haber nacido en un territorio inmaterial. Somos, y me incluyo, nativos digitales, que conservamos todavía la experiencia de habernos sumergido en el espacio público moderno, pero a la vez convivimos en territorios digitales donde se construyen las nuevas relaciones sociales.

La política ha hecho uso y lo tendrá que hacer, de ahora en más, si es capaz de entender que la gran masa de gente ejecuta una acción en común y de carácter regular a través de la jornada: revisar su celular. Visitar las redes sociales, comentar, compartir, aprobar o desaprobar contenidos, leer noticias, a veces informarse. Snapchat, una de las redes en auge, es la metáfora perfecta de la circulación social de la información: lo que existe hoy, mañana ya no existe, ya no sirve, ya pasó.  Si los hilos del poder se articulan en el seno de la política misma, las redes son el escenario de exposición.

Entonces aquí comienza (o al menos debería) comenzar la asunción seria del uso de las mismas. Ya no puede hablarse de un espacio público, sin olvidar el grado de desnudez al que se exponen las figuras políticas. Snapchat podría utilizarse, además de transmitir debates políticos  (como en la campaña de EEUU en 2015), para transmitir diariamente programas de políticas públicas.

Si cada política pública fija un punto cero que posteriormente puede anclarse, a nivel simbólico, de otra política pública, snapchat puede ser el soporte virtual para la construcción de un mensaje político, del anclaje de un tema a un candidato, o de la lucha por la imposición de una cuestión en la agenda del poder.

¿Quedaron lejos los partidos políticos de ser los artífices de la cristalización de demandas sociales? En principio sí; aunque la existencia de estos nuevos mecanismos que brindan chances de competencia o de crecimiento a grupos de interés no quita que a la hora de definir una elección los partidos y su enraizamiento territorial no sean determinantes.

Lo cierto es que la política tiene que hacer uso de las redes, para contribuir además a la generación de un espacio que también iguala las chances de competencia a las minorías y a la legitimación de prácticas públicas a las que una gran mayoría puede acceder para controlar las acciones gubernamentales. La vida de los hombres, a partir de hoy, comienza a definirse en un territorio digital y simbólico.