Creció en la pobreza, su padre fue asesinado, abrazó el sacerdocio y hoy realiza una gran obra solidaria en el conurbano.
Las calles del barrio 22 de Enero, en Ciudad Evita, partido de La Matanza, tienen nombres de flores: crisantemos, gladiolos, azaleas, magnolias y clavelinas. Unas cuántas cuadras antes de arribar a nuestro destino ya las paredes de los monoblocks, las humildes casas bajas de las barriadas, los templos hablaban de una presencia tangible de la fe: el predio deportivo San José, el hogar del querido padre Bachi (fallecido por covid en el 2020, incansable luchador contra las drogas y hermano de los sufrientes de adicciones), el Jardín de Infantes padre Carlos Mugica… Andando avenida Crovara al fondo llegamos a la parroquia Beato Enrique Angelelli y Mártires Riojanos. Nos esperaba el padre Anaclet Mbuguje, un misionero ruandés en La Matanza.
“Nací en Butare, al sur de Ruanda, en 1979, en una familia humilde, pobre, de 7 hermanos. Siempre vivimos de los frutos de la tierra. Nos educamos en este contexto, con esfuerzo para seguir adelante. Mis padres nos animaban a esforzarnos para estudiar, al menos tener la secundaria. Fueron tiempos difíciles ¡cómo costaba pagar la matrícula y la cuota! [N. de la R.: Aclara Anaclet que la escuela era pública, pero el alumnado asumía un costo.] Mi padre murió en el 1994 durante el genocidio que sufrimos en mi país y mi mamá en 2002, poco más de un año después que ingresé a la congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones. Mi hermana menor ya había fallecido unos años antes”, cuenta el padre Anaclet con un acento extranjero y, a la vez, buena pronunciación en su claro español.
El padre Anaclet cuenta que sus padres eran cristianos católicos, “se casaron a solo 70 años de la llegada del evangelio a mi país. ¿No se parecen los primeros cristianos? Nos educaron en esta fe y, como cualquier cristiano, hicimos el proceso catecumenal. Íbamos a catequesis y a misa a casi 5 km, a la iglesia catedral. No era fácil ir todos los domingos a misa. Mi recuerdo más antiguo es mi bautismo un 25 de diciembre. Madrugamos y caminamos en la oscuridad. No había electricidad en esa época en la zona donde vivíamos y tampoco transporte. Se supone que vivíamos en las afueras de la segunda ciudad del país, pero ese era el contexto de las ciudades en África, 30 años atrás”.
-¿Y cómo fue que nació t El u vocación sacerdotal?
-Cuando yo tenía 10 años llegó una comunidad salesiana más cerca de mi casa que fundó una capillita. Íbamos a misa allí, no cabíamos adentro de tan chiquita. En ese lugar comenzó poco a poco mi vocación. Recuerdo, siendo monaguillo, querer ser cura. Cuando el genocidio llegó, se interrumpió un poco el estudio. Lo retomé algo enojado por lo sucedido y, diría, con una crisis de fe. Volví al camino de la fe gracias a los compañeros y en el colegio donde teníamos espacio de oración y eucaristía. En el 2000 inicié el prenoviciado con la congregación e hice parte de noviciado en Ruanda y otra en Camerún. Teología estudié en República Dominicana. Me ordené en diciembre de 2008 en mi país y vine ahí nomás para Argentina.
-¿Y por qué llegó a la Argentina?
-Mi congregación nos forma como misioneros en salida, es nuestra identidad. Nuestra espiritualidad y carisma nacen de la contemplación del corazón de Jesús y del corazón de María, recordándonos siempre que Dios es amor y es ese amor de Dios el que queremos anunciar. La Argentina fue el primer país, después de Europa, al que llegamos, en el 1941, comenzando en Río Cuarto, provincia de Córdoba, donde teníamos seminario diocesano, ahí se formó el actual obispo de Quilmes, Cacho Tissera. Terminada esa misión en Río Cuarto, la congregación vino a Buenos Aires, a Lugano precisamente, y a la Patagonia.
-¿A qué se debe que eligieran una zona tan populosa?
-Nosotros contemplamos el corazón traspasado de Jesús que nos lleva a los traspasados, a los crucificados. Nosotros anunciamos al Traspasado en los traspasados. Por eso buscamos lugares donde tengamos este ideal de coherencia con nuestro carisma. En América latina hay otro modo de decir lo mismo: la opción por los pobres. Nosotros decimos: la opción por los traspasados.
-¿Cómo es la Iglesia católica en Ruanda?
-Es joven, viva y con muchos desafíos. Va creciendo, aunque también otras iglesias cristianas. Como no es de ángeles, tiene sus pecados y sus fortalezas. Uno de sus desafíos es el profetismo, ayudando sobre todo a la reconciliación, a la defensa de los derechos humanos, estando al lado de los pobres, siendo la voz de los sin voz.
-¿Hablamos del genocidio?
-Es un tema difícil de hablar por las heridas que siguen abiertas. He perdido gente cercana en el genocidio, conocidos, mi propio padre. Cuando ocurrió yo era adolescente y consciente de lo que se vivía. Pero esa tragedia comenzó mucho antes y sus consecuencias durarán muchísimos años. Cuando veo algunos extremismos políticos y partidistas, incluso religiosos, enseguida pienso en lo que nos pasó a los ruandeses y oro para que no crezcan más estas situaciones. Por ejemplo, está de moda el uso de la palabra “odio” en la política y no solo en la Argentina. Ojalá no se usara para fomentar más odio.
Este sacerdote está tallado por una historia, su historia, como todo ser humano. Pero también por su presente y sus proyectos: pronto se inicia la construcción de una escuela con fondos de la secretaría de Integración Socio Urbana del ministerio de Desarrollo Social de la Nación. “No sé dónde voy a estar mañana. Simplemente lo que está en mi corazón es seguir mi servicio misionero aquí o donde me necesite mi congregación. Aquí estoy contento, de la misma manera que lo estuve donde estuve antes, aunque los retos sean diferentes en cada lugar”, dice Anaclet con su enorme sonrisa blanca estampada en su rostro negro que nos patentiza África en la villa matancera.
Fuente: Virginia Bonard – Especial para Clarín