De pasado religioso, este líder federal mendocino sembró el terror en la provincia para quienes se atrevían a enfrentarlo.
Pocas veces se cuenta una historia de un hombre que pasó de entregarse a Dios a convertirse en el terror de Mendoza. Ese fue José Félix Aldao, aquel caudillo que vivió su propio infierno de Dante y del que sobrevivieron anécdotas de la ferocidad con la que atacaba al enemigo. Pero, ¿cómo pasa un hombre de fe a transformarse en el más temido de todos los líderes federales?
Del «Fraile teniente coronel» han quedado registrados apuntes, no del todo imparciales, de lo que fue su feroz vida. Fue el mismo Domingo Sarmiento quien se encargó en «Vida del General Fray Félix Aldao. Apuntes biográficos» de que dejarnos una tendenciosa escritura de lo que fue el exreligioso, aunque por el evidente rechazo ideológico del Padre del Aula al federalismo y a la figura del caudillo, no todo lo que se puede leer hay que tomarlo literal.
Pero una cosa es cierta, Mendoza supo ser suya hasta su espantosa muerte y trataba a sus enemigos o traidores sin piedad. Pero claro que esto no lo logró de un día para el otro, para entender cómo llegó a ser quien fue hay que viajar varias décadas atrás y aprender un poco de sus orígenes.
Aldao nació 11 de octubre de 1785 en Mendoza, era hijo de un capitán del ejército de Santa Fe, Francisco Esquivel Aldao, y la mendocina María del Carmen Anzorena Nieta. Tuvo dos hermanos: José y Francisco quien fueron actores secundarios en el ascenso de su carrera política y militar.
Se ordenó como sacerdote dominico en el Convento de los Predicadores en 1806 y se doctoró en Chile. Al regresar se enroló en el Ejército de los Andes, fue capellán en el Regimiento N°11 de Infantería y sus actuaciones en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú le hicieron entender que lo suyo eran las armas y no la sotana.Después de participar en la campaña libertadora del Perú, regresó a su provincia en 1824. Allí se toparía con su primer enemigo: el vino. El hombre decidió dedicarse a la producción de dicha bebida y por la cual desarrollaría una adicción que lo condenaría.
Como todo caudillo desarrollaría un carisma que le sirvió para ganarse la aprobación, de paisanos, hacendados y soldados que jurarían lealtad a su persona. Para 1829 estalló una nueva guerra civil entre unitarios y federales, el «fraile» Aldao estaba en San Luis cuando se enteró que los unitarios de su provincia habían derrocado al gobernador y puesto en prisión a sus hermanos. No lo sabía, pero a su regreso se afrontaría con el hecho que daría inicio a su leyenda sanguinaria.
Batalla de Pilar
Sin poder encontrar un acuerdo con el gobernador unitario Rudecindo Alvarado, se enfrentaron en la batalla de Pilar el 22 de septiembre de 1829 y que terminó en victoria de las tropas federales lideradas por Aldao. Pero aquella jornada no terminaría con el fin del enfrentamiento porque cuando su hermano Francisco se acercó a las tropas derrotadas, con el fin de ofrecer un armisticio, lo que recibió fue un balazo en la cabeza.
¿Qué hizo el exfraile cuándo se enteró de la muerte de su hermano y mano derecha? Mandó a fusilar a casi todos los oficiales derrotados: 12 sargentos y cabos y alrededor 200 soldados rasos entre quienes se encontraba Francisco Laprida, figura del Congreso de Tucumán. Quien si pudo salvarse fue un joven Sarmiento. Aquel no era su día.
Después de aquella salvaje jornada tomó el poder militar y política de Mendoza y se otorgó a él mismo el rango de general. Como siempre sucede con personajes políticos hay dos miradas de su período como gobernador.
Por un lado, aquellos enemigos que lo trataban de borracho y describían su frialdad para castigar unitarios con azotes, contribuciones forzosas y penas de muerte. Otros rescatan su obra de riego, construcción de canales, apertura de calles y centros productivos que permitieron nuevos asentamientos.
Una horrible agonía
Hay que tener en cuenta que la medicina para mediados del siglo XIX era muy pobre y poco se sabía de los tumores, ni siquiera eran conocidos con eso. En 1844 Aldao tenía constantes puntadas en la frente, al tiempo le apareció «un grano» con el que intentó tratar con ungüentos sin resultados. De hecho, era cada vez más grande, alcanzando el tamaño de un huevo. Aceptó que un cirujano se lo extirpe, pero creció nuevamente.
Nada podía hacerse, los dolores eran constantes y sumado a los síntomas de locura, causados por la sífilis, intentó quitarse la vida. Sabía que su final se acercaba y pidió confesarse, además se despidió de su aliado y amigo Juan Manuel de Rosas en una carta:
«Despedirme del amigo más tierno, más querido en mi corazón, y si los méritos de Jesucristo me llevan a la mansión celestial, desde allí no cesaré un momento de rogar a Dios Nuestro Señor por la conservación del Padre de la Patria Argentina y del más consecuente amigo».
Murió el 19 de enero de 1845, fue enterrado por expreso pedido suyo con el hábito de fraile dominico y el uniforme de general. Tuvo que llegar su muerte para finalmente poder unir aquellas dos versiones suyas.
Por Yasmin Ali