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“Mi arca de Noé”: la increíble historia del zoo de Pablo Escobar

El jefe del Cartel de Medellín estaba obsesionado con los animales salvajes. En la mítica Hacienda Nápoles invirtió dos millones de dólares para crear un zoo privado con 1.900 especies exóticas. Hoy, los hipopótamos se han convertido en una especie invasora en Colombia y ponen en jaque a la biodiversidad y la región del Río Magdalena

Se acomodó en su sillón preferido. Se preparaba para una velada de buena conversación y estaba contento. Pidió agua mineral. Se la sirvieron en una copa de cristal de Bacarat. El hombre amaba el lujo. Y no tomaba bebidas alcohólicas: tenía su bodega repleta de botellas de cerveza sin alcohol, que le gustaba saborear en las madrugadas cuando fumaba un porrito de marihuana. “No tengo ningún vicio”, se jactaba.

Esa noche, en un lujoso apartamento en el barrio Sears -con pisos de parquet cubiertos por una película de laca brillante, sillones estilo Luis XV en terciopelo rojo y columnas jónicas que enmarcaban un bar con sus iniciales- Pablo Escobar Gaviria le contó al premiado periodista colombiano Germán Castro Caycedo las anécdotas más increíbles de su vida como jefe del Cartel de Medellín.

Sobre el muro, una piel y una cabeza de cebra adornaban el cargado espacio. El animal embalsamado con ojos de vidrio disparó el primer tema de conversación: el zoológico que recién había terminado de montar en su hacienda de Puerto Triunfo, en el Magdalena Medio.

“No me querían dejar traer los animales: me decían que ya había zoológico en Medellín, que si los estatutos, que si la peste… Y yo pagando fortunas en pastajes, granos y terrenos allá en los Estados Unidos. Hasta que se me acabó la paciencia, o mejor dicho se me saltó la puta piedra, y ordené a mi gente que me mandaran los animales en un jumbo de carga. Mi Arca de Noé”, reveló el capo.

La historia de lo que ocurrió aquella vez cuenta que el avión aterrizó una semanita después y que los de Hacienda y los de Aduana “le pusieron problemas”.

-¿Papeles? ¿Permisos?, inquirieron los oficiales.

-¿Cuál permiso?, preguntó Pablo.

-Pues el permiso, señor: son animales.

Ya habían bajado las jirafas, la jaula con el hipopótamo y las cebras. Habían movido una grúa gigante para poder hacerlo. «Era todo muy ostensible y no pude sobornar a estos gonorreas. Para males, una de las cebras me estiró la pata porque llegó enferma. Es esa que está en la pared», le dijo al periodista y señaló al bicho con insospechada ternura.

Escobar estaba enfurecido con los empleados estatales, y le ordenó a uno de sus secuaces: “Cuadren a los seis camiones. En los de allá metan lo gordo: elefantes, hipopótamos, jirafas, rinocerontes, todas esas aplanadoras. Y en estos, las aves y animales livianos. Pero todo con mucho cuidado, ¿me entiende?”.

Los hombres del Cartel corrieron presurosos para obedecer al Patrón que estaba de mal talante. Cuando terminaron de cargar los camiones, ya había llegado gente de la Alcaldía, del departamento de salubridad, de la policía, un delegado del Ejército y otro del cuerpo de Bomberos…»solo faltaban las Damas Grises, las Hijas de María y los Caballeros del Santo Sepulcro», relató Escobar con sorna.

Le exigieron que llevara todos los animales al zoológico de Medellín. El capo ni se inmutó: «Que salgan los camiones en fila y vean cómo pueden distraer a los de salubridad. Que tres vayan para la hacienda Nápoles y tres para el zoológico de Medellín como lo ordena la autoridad».

Antes había mandado a un ayudante a «negociar» con el personal del zoológico: llevaba miles de pesos para quebrar voluntades. Para sorpresa de las autoridades, los hombres de Escobar descargaron los animales sin chistar. Y se fueron. Pero no para sus casas.

“Fuimos a las fincas y a los pueblos para comprar cuanto pato, gallina, loro y cotorra había. Compramos cabras, chivos, ovejas…”, se rió al recordar el zar de la droga.

A las tres de la mañana los hombres del Cartel de Medellín regresaron al zoológico. Sacaron todos los antílopes, los canguros, las cacatúas negras de Indonesia, las gallinetas de Nueva Guinea, los cisnes blancos de Europa, los faisanes y las grullas reales. A cambio dejaron los animalitos de granja. “La mercancía nacional”, resumió Pablo.

Pero en medio de esa increíble mudanza, un secuaz le informó que se había presentado un problema:

-Patrón, las cebras.

-¿Qué las qué?

-¡Las cebras! Están en actas y hay que reemplazarlas.

-Pues vayan a traer burros grises y que alguien consiga un tarro de pintura negra y una brocha. Que los camiones con las cabras arranquen para Puerto Triunfo y usted espere a que lleguen los burros y me los pinta bien pintados antes de que amanezca.

Al llegar a su hacienda, Escobar empezó a contar los animales. Controló minuciosamente que sus empleados los trataran bien, los limpiaran y alimentaran. Pero cuando ya todo era alegría, uno de sus bandidos le dijo:

-Falta un hipopótamo.

-¿Un hipopótamo?

-Pues sí, no hay más que uno.

Sorprendido por la noticia, Escobar le arrancó de las manos los papeles de la compra. El registro era claro: sólo había comprado un macho.

–Acá hay que comprar una hipopótama porque el Arca de Noé está coja. Que llamen a Miami y pidan que me manden una hembra en un avión ya.

Los hipopótamos hembra de Escobar llegaron a un puerto al norte de Medellín. Obviamente, el gigantesco animal no pasó inadvertido en la ciudad. A las pocas horas llegaron los periodistas de Antioquía, de las radios y hasta de los canales de Bogotá ansiosos por contar detalles del gran acontecimientoLos hipopótamos hembra de Escobar llegaron a un puerto al norte de Medellín. Obviamente, el gigantesco animal no pasó inadvertido en la ciudad. A las pocas horas llegaron los periodistas de Antioquía, de las radios y hasta de los canales de Bogotá ansiosos por contar detalles del gran acontecimientoLa hembra hipopótamo aterrizó en Turbo (luego llegarían dos más), un puerto al norte de Medellín por donde entraba el contrabando de medio país, y la pusieron a pastar en un potrero. Obviamente, el gigantesco animal no pasó inadvertido en la ciudad. A las pocas horas llegaron los periodistas de Antioquía, de las radios y hasta de los canales de Bogotá ansiosos por contar detalles del gran acontecimiento.

“Cuando supe que habían tomado fotos, mandé rápido un camión con un contenedor, empacamos a la hipopótama en ese calor tan hijueputa -¡pobre animalito!- y nos vinimos para Puerto Triunfo”, rememoró.

En el camino se cruzaron con un camión de salubridad, otro del Ejército y uno de la Cruz Roja. Pablo se asomó por la ventanilla y les gritó:

-¡Chao gonorreas de mierda!

Escobar pagó más de dos millones de dólares en efectivo por los animales que finalmente compró al International Wildlife Park en Dallas, un obsoleto zoológico a las afueras de la ciudad que ofrecía safaris, paseos en camello y show de un canguro boxeador.

“Mi papá quedó descrestado por la variedad de animales que encontró en ese lugar y no tuvo reparo en subir por unos minutos al lomo de un elefante. Sin dudarlo un segundo, negoció con los dueños del zoológico —dos hermanos, grandotes, de apellido Hunt—, pagó dos millones de dólares en efectivo y quedó en enviar muy pronto por sus animales”, escribió su hijo Juan Pablo, en el libro Pablo Escobar, mi padre.

Las tres hembras y el macho que hace casi cuarenta años llevó hasta Colombia Pablo Escobar, hoy se han multiplicado hasta llegar a 133 animales. Los hipopótamos del jefe del Cartel de Medellín, aquellos que conformaban su soñada Arca de Noé, se han convertido en la mayor manada fuera de África.

Fuente Infobae por Gaby Cociffi

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