Icono del sitio El Nacional de Matanza

Un extraño en la punta de la pirámide

Un extraño en la punta de la pirámide

por Fabrizio Manrrique

“¿Qué es lo normal cerca de estar en el fin de la historia? Sintonizá, llega el final

Babasónicos –  El shopping

 

El fin de los grandes relatos ha llegado hace rato; el fin de las ideologías, de las grandes visiones del mundo, se reduce hoy a una existencia orientada por la capacidad de consumo; la extensión de la democracia liberal y la globalización vienen con su propia letra chica, no siempre favorable a la construcción colectiva del bienestar.

Ganó Trump. ¿Sorprendidos? Permítame, estimado lector, aclararle ciertas cosas.

Desde la tercera ola de democratización, junto al avance de la globalización y el surgimiento de nuevos problemas sociales, los sistemas políticos del mundo no logran dar respuestas efectivas a las demandas de la sociedad civil. La política tenía un prestigio: en algún momento fue el eje ordenador de la vida de millones; su legitimidad descansaba no solo en el sufragio, sino en la creencia de que su lógica de acción e impacto poseía  una capacidad de respuesta que garantizaba la conservación de derechos fundamentales para llevar una vida digna, y que la clase política, en particular, era la encargada de hacer valer cada una de las papeletas que ingresaban en las urnas, ya se trate, al final del conteo, de los ganadores que ocuparían el Poder Ejecutivo, o de los perdedores, que darían sustento a la vida democrática desde la deliberación en el Poder legislativo. Lo cierto es que la crisis de los partidos políticos, en tanto actores fundamentales y vehículos de demandas sociales, el desgaste de los partidos tradicionales, la corrupción estructural, la ineficiencia de la justicia y la parálisis legislativa,  han llevado a una desconfianza profunda en la política. Ante estas crisis, ante la falta de respuestas ágiles (rápidas como el envío de un email o un mensaje de chat) se corre el riesgo de que surjan personajes ajenos a la política, con prestigio en otras áreas, e incluso con total desconocimiento acerca de procedimientos estatuidos, funciones institucionales,  sistemas electorales e incluso, derechos: los “outsiders” políticos. En América Latina, a partir de los años ochenta, hemos experimentado la incursión de estos personajes en las máximas investiduras de varios países y en diversos cargos dentro de los poderes legislativos: Fujimori en Perú, Collor de Melo en Brasil, Lugo en Paraguay. En el país del norte, cabe destacarse la presencia del actor Arnold Schwarzenegger, hasta hoy vigente. ¿Qué queremos decir con esto? Que vivimos en el mismo planeta, con problemas distintos pero muy parecidos, y ningún sistema político es ajeno a ciertas tendencias generales;  mucho menos en la era de la comunicación política, de la circulación desregulada de información, en dónde cada uno de nosotros es testigo y protagonista de su propia porción de espacio público filtrado a través de teléfonos cada día más capaces.  Hay tres ejes sobre los cuáles se articula lo que piensa la gente (quienes finalmente deciden quien gana y quien pierde):  la política, los medios y los sondeos. Cada uno de ellos posee su lógica propia, su íntima legitimidad,  su dinámica, y su intermitencia en una suerte de espectáculo circulante entre lo que se dice en los bares, lo que se muestra por televisión, lo que se lee en las redes y lo que se cristaliza en las urnas .

Hoy, la lógica de la comunicación política va de la mano con la lógica del marketing : segmentación del electorado, públicos cautivos, redes sociales, venta de un producto político consumible; la lógica del mercado, para bien o mal, es la lógica que debe dominar quien desee ocupar el gobierno. Esta claro que la política domina, en ultima instancia, el juego del poder; pero la metodología de las ciencias económicas conforman la cara visible del proceso de empoderamiento. Y Donald Trump ( o más bien, su equipo de campaña) supo entenderlo para imponerse.

Lo paradójico de la elección de Estados Unidos, es su propia condición de doble territorialidad. Una nueva territorialidad, mediática, que bien supo aprovechar Obama, en su momento (a través de la creación de aplicaciones para celulares, la invasión de mensajes de texto y la captación de fondos con solo un click ) , y otra territorialidad, que subyace a la lógica de la política 2.0 y que determina, en última instancia, ganadores o perdedores. El sistema electoral Estadounidense exige, en uno de los territorios más grandes del mundo, un voto indirecto que genera, a pesar de la conquista de más o menos votos, la obtención de electores (en total son 538), quienes finalmente se suman para cristalizar un resultado. Al no existir el ballotage, la tendencia es centrípeta: la competencia entre partidos tiende a aglomerarse en menos cantidad de fuerzas, lo que disminuye la posibilidad de la aparición de partidos antisistema. En 48 de los 50 estados, el candidato que obtenga la mayoría de los votos, se adjudica el total de los electores del estado. Trump supo captar no solo parte del heterogéneo Voto Latino (muy a pesar de sus dichos xenófobos), sino el voto industrial del Americano blanco, de escasa formación académica, afectado por la economía del gobierno demócrata. De esto se trata el juego político: torcer, en favor propio, el caudal de votos.

La política es como un juego de ajedrez: para ocupar un espacio, es necesario desplazar a otra pieza; para desplazarla, es necesario dejar el lugar anterior, y saber conservar el nuevo. El mensaje más claro de la política (y del ajedrez) es que dos piezas no pueden ocupar un mismo espacio.

Salir de la versión móvil