Reforma electoral y cultura democrática: fortalecer el tejido

por Fabrizio Manrrique

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A días de que los proyectos de Reforma electoral a nivel Nacional como en Provincia de Buenos Aires cobren tratamiento, es necesario exponer cuáles son las claves para entender las posibles modificaciones que van a afectar directamente los modos de participación ciudadana de los argentinos, y más específicamente, de los bonaerenses.

En primer término, el abandono de la boleta de papel por la BUE (Boleta Única Electrónica) marca el cambio fundamental: de una boleta horizontal que no permitía diferenciar candidaturas (y que pone de manifiesto la fuerza de los personalismos y la letra chica del voto) a una boleta electrónica dividida en categorías. ¿Cuáles son las bondades de este sistema? Reducir el efecto arrastre de la boleta, permitirle al ciudadano visualizar candidatos correspondientes a su distrito, y el atributo más transparente de todos: reducir la chance de la compra de votos, ya que no hay boleta de papel.

En este sentido, el voto se torna cada vez más personal, dándole la chance al votante de decidir más allá de la discrecionalidad que ofrecen las relaciones verticales en sistemas poco institucionalizados de poder. Otro punto, es el límite a la reelección indefinida, limitando a dos mandatos la duración del cargo de intendentes, legisladores y concejales. Se aboga además, por la incorporación de votantes extranjeros, reordenar el mapa electoral y reducir los efectos del “voto golondrina”.  Ahora bien, desde el Ejecutivo se busca unificar el calendario electoral, para poder recoger las ventajas desproporcionales que produce anclar una elección provincial a una elección nacional, y potenciar el resultado provincial a partir de la figura presidencial.

¿Por qué no apostar a elecciones desdobladas en Provincia de Buenos Aires? Sin dudas, la unificación reduce las jornadas electorales extensas; pero el voto es mucho más que un papel o una opción en una pantalla. Se decide el futuro de todos, de uno mismo y del prójimo. Se empodera a los candidatos, para que gestionen recursos que son limitados, en pos del bien común.

¿Por qué reducir el mecanismo por excelencia para la participación efectiva e igualadora que decide sobre el futuro de nuestras vidas y que implica ajustes y desajustes del poder político, en pos de adaptarlo a los tiempos fugaces sobre los que todos irremediablemente transitamos? Con elecciones desdobladas, se generaría la chance de decidir, al estilo francés, quién va ser el intendente de tu localidad en una hipotética primer semana, el gobernador de tu provincia en una segunda semana, y el presidente, en una tercer instancia.

En un país que durante el Siglo XX sufrió  seis golpes de Estado, dejando consecuencias terribles, muertes, inestabilidad económica, perseguidos políticos, partidos silenciados y 34 años de ausencia de las instituciones fundamentales de toda democracia, ¿por qué no pensar en transformar el “trámite” de ir a votar en una sana costumbre que se inscriba en un conjunto global de prácticas transparentes?  ¿Por qué no institucionalizar, más allá de la instancia legal, el acto de votar como parte de un conjunto de conductas que fortalecen la vida democrática de un país tan joven?