EL HISTORIADOR Y ENSAYISTA FEDERICO LORENZ, RECIÉN DESIGNADO COMO DIRECTOR DEL MUSEO MALVINAS E ISLAS DEL ATLÁNTICO SUR, ANTICIPÓ QUE TRANSFORMARÁ ALGUNOS ASPECTOS DEL GUIÓN CURATORIAL VIGENTE PARA AVANZAR HACIA UN ESPACIO QUE ALIGERE EL PESO DE LA MIRADA «PORTEÑOCÉNTRICA» SOBRE LAS ISLAS Y QUE INTERPELE SOBRE LOS ALCANCES DE LA SOBERANÍA EN UN PAÍS AL QUE LE CUESTA ASIMILAR SU ACERVO MARÍTIMO.

Investigador del Conicet y autor de una voluminosa bibliografí­a donde se destacan «Las guerras por Malvinas», «Combates por la memoria», «Malvinas. Una guerra argentina» y «Los muertos de nuestras guerras», Lorenz tiene por delante el desafí­o complejo que implica gestionar este bloque interactivo de tres pisos inaugurado en junio de 2014 y emplazado en la ex ESMA, el edificio donde estuvo emplazado el centro clandestino de detención, y donde funcionan también la Secretarí­a de Derechos Humanos y el Centro Cultural Haroldo Conti.

«El Museo Malvinas no debe ser un relicario, lo que no quiere decir que nuestras sensibilidades y experiencias le asignen un valor especial a los objetos que allí­ se exhiban, a lo que se cuente, o se irriten por alguna ausencia. Pero no es ‘la historia oficial de la guerra’. Sin embargo, puede ayudar a pensarla», destaca Lorenz en entrevista conTélam.

El historiador planea rearticular la difí­cil geometrí­a entre las construcciones simbólicas en torno al archipiélago, cifradas por dos focos -la usurpación británica y la guerra- que constituyen apenas dos capí­tulos de una larga historia que arranca con la expansión europea en el siglo XVI y en la que todaví­a no se ha revisado el ví­nculo entre la violencia ejercida sobre la sociedad por la dictadura militar y el trasfondo de la retórica nacionalista y patriótica que empujó al conficto bélico de 1982.

Télam: ¿Cuál será su aporte a un espacio que además de documentos y textos plantea una relación con la memoria más compleja donde intervienen otros soportes?
Federico Lorenz: Pasará por la posibilidad de pensar prospectivamente Malvinas y el Atlántico Sur como un problema histórico complejo, con matices y extendido en el tiempo. El principal desafí­o es dialogar con las diferentes formas que la información circula.

Se trata de sumar y profundizar, y no necesariamente de «reemplazar». Esa es, por otra parte, mi visión sobre los procesos de memoria: creo en la construcción social del conocimiento y en la acumulación popular de experiencias en ese sentido.

T: ¿Va a reformular el guión curatorial del museo? Hace algún tiempo fue crí­tico con el relato fundante, objetando la incómoda convivencia de discursos superpuestos…
F.L: Es verdad que he criticado aspectos del actual guión, que a mi juicio tienden a cerrar la cuestión Malvinas más que a abrirla. El Museo es un elemento más de un proceso de instalación del tema Malvinas en el espacio público, pero ha generado muchas disputas.

A partir de la base que ofrece habrá que esforzarse por darle una mirada más regional y no sólo nacional. Me imagino, por ejemplo, valerme de la virtualidad para enriquecer exhibiciones y discusiones. Las miradas de las provincias deben tener más lugar, las experiencias locales sobre Malvinas.

También, el lugar de Argentina en el Atlántico Sur es algo a profundizar: el mar, para la mayorí­a de nosotros, es un lugar de veraneo, y resulta que tenemos reclamos sobre miles de kilómetros cuadrados de océano que incluyen archipiélagos y porciones continentales, entre ellos Malvinas.

T: ¿Cuáles fueron los alcances de la recuperación simbólica del gobierno anterior respecto a Malvinas, expresadas en la creación del Museo, de una Secretarí­a de Estado y del lanzamiento de un billete alusivo?
F.L: Creo que el kirchnerismo materializó un eje clave de la polí­tica exterior y la cultura argentinas en una serie de iniciativas que a priori son buenas: el Museo es un ejemplo. También pienso que esas iniciativas «estatales» fueron pieza central de las disputas polí­ticas a favor o en contra del gobierno. Eso, por ejemplo, repercutió en el Museo, que no todos sienten como propio y cuestionan.

No soy ingenuo y no creo en la intervención en cultura o en polí­tica como en un quirófano aséptico: pero un museo nacional debe ser eso, «nacional», en el sentido de sostener la pluralidad de miradas. Y lo cierto es que el guión del Museo es bastante porteñocéntrico.

T: ¿El reclamo iniciado por el gobierno de Macri que se hizo explí­cito en una carta difundida por Cancillerí­a expresa una continuidad de la lí­nea esbozada por la gestión anterior?
F:L: He sido optimista en cuanto al futuro de Malvinas, siempre y cuando nos corramos con inteligencia de una retórica y una gestualidad que sólo favorece a los británicos. Resulta que la potencia agresora fueron ellos, pero basta recorrer medios internacionales para ver que nos han colocado en ese lugar a nosotros.

T: La mayorí­a de los museos nacionales concentran su potencial en sus colecciones, una modalidad que representa un paradigma en extinción ¿Cómo deberí­a darse en el caso específico del Museo Malvinas la interlocución entre tradición y nuevos paradigmas de exhibición?
F:L: Hay allí­ un equilibrio delicado porque a la vez todaví­a hoy el sentido común de mucha gente asocia «museo» a «colección y exhibición de cosas», y entonces «no está completo» si no muestra tal o cual cosa. Con Malvinas, en particular, esto se potencia por los visos cuasi sagrados que tienen muchos de sus aspectos: una guerra, una «causa nacional».

Un guion muy cristalizado anula, paradójicamente, el cruce entre la carga simbólica de los objetos y las nuevas tecnologí­as, porque solo estás contando «una cosa». Un Museo de Malvinas debe ser capaz de incluir aún una guerra en la historia larga, regional y nacional. El desafí­o es que sea la plataforma no solo para pensar sino para contar potentes historias.

T: ¿Qué reconfiguraciones sociales se han producido en torno a Malvinas en estos más de 30 años?
El panorama es muy variopinto, y desde el Museo podrí­amos ayudar a pensar esas cosas. Se han alternado discursos apologéticos y victimizadores sobre la guerra, han subsistido las formas de narrar la historia previas al conflicto cuando las ciencias sociales, la historia entre ellas, han tenido inmensos avances para pensar las cuestiones regionales, económicas, culturales. Las miradas sobre Malvinas conviven, se alternan, y en algunos casos, chocan. Sí­ hay un consenso en el respeto hacia los combatientes de las islas, hay una certeza en la justicia del reclamo de soberaní­a, hay también un rechazo generalizado a la dictadura de 1982. En gran medida nuestro trabajo pasa por potenciar los grises en una paleta que si no, pasa rápidamente del blanco al negro.

T: Las violaciones a los derechos humanos fueron eje de discusión en los últimos años. Sin embargo, la guerra de Malvinas no ha tenido el mismo tratamiento ¿Hay una autocrí­tica pendiente en tanto fue una reinvindicación propiciada por esa dictadura?
F.L: Vuelvo a la importancia de las experiencias regionales para pensar las reacciones populares a la guerra. Si bien es cierto que el apoyo a los soldados en Malvinas «y lo enuncio así­, no digo «a la guerra»- fue utilizado extorsivamente por el gobierno militar para señalar otras adhesiones a otras acciones, también creo que esa generalización es injusta en términos de experiencias sociales.

Yo lo transformarí­a en una pregunta: ¿por qué en aquel entonces no nos preguntamos más cosas? O en otra: ¿qué significatividad tení­an esas cuestiones en diferentes lugares de la Argentina en 1982? Por ejemplo: no tenemos una historia oficial de la guerra, una suerte de parteaguas que ponga un piso que al menos limite la posibilidad de decir cualquier cosa cada vez.

Fuente: Telam